jueves, 16 de febrero de 2017

Melodías de la Sangre Capítulo 1

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Melodía Nº 1 Apocalipsis

 

Antes de que pudiese decir nada, se vio dentro de un furgón negro de cristales tintados y, con ambos hombres colocados a cada lado. Nerviosa y sin posibilidad de huir, se sintió pequeña en su asiento, incapaz de moverse o actuar con libertad.
—¿Podría saber qué es lo que ocurre? —preguntó con un ligero temblor en la voz tras mucho tiempo en silencio.
—No estamos autorizados para revelar nada, señorita. Pero alguien lo hará en cuanto lleguemos.
—¿Dónde vamos?
—Allí —contestó alzando la mano para señalar con un dedo.
Estaban en las afueras, a lo lejos se podía divisar un enorme complejo de edificios que ella, al igual que el resto de civiles, nunca había visto, pero que sí sabía qué conformaban. La base militar. Ese recinto y todos sus alrededores eran zona restringida para cualquier ser humano ajeno a los proyectos que se llevaban a cabo allí. Desde luego fueron los veinte minutos de viaje más largos de toda su vida.
El coche se detuvo frente a uno de los edificios más grandes tras parar en varios controles de seguridad, todos los que conocían su razón de estar allí la miraban de manera extraña, con una mezcla de ansiedad y compasión.
—Adelante —pidió uno de los hombres abriendo la puerta. Su fingida educación resultaba desconcertante.
Meryl salió del coche abatida y vio un pelotón de jóvenes cadetes uniformados corriendo en pequeños grupos de un lado hacia otro del patio principal. El edificio central era inmenso, jamás lo había visto porque ni tan siquiera los reporteros tenían permiso para acceder a las cercanías del lugar, y de nuevo, comenzó a ponerse nerviosa, preguntándose qué diantres pintaba ella en un lugar como aquél, aunque también agradecía que no fuera otra deuda relacionada con algún mafioso.
—Espere aquí un momento, vendrá alguien a informarla de todo —le dijo un soldado que la dejó sola en una especie de sala de espera.
—Sí.
Aquella habitación era enorme y sus paredes estaban pintadas de blanco, en el centro, donde se había sentado, había una gran mesa alargada repleta de sillas negras y acolchadas, en realidad, más que una sala de espera, se sentía como en una sala de reuniones abandonada por su falta de tecnología avanzada y su alejada ubicación.
Unos minutos más tarde, la puerta se abrió y, Mark Collins entró por ella incapaz de contener una mueca de asco al ver a la chica. Su pelo volvía a estar impecable, pero de sus nervios no se podía decir lo mismo, al menos por ahora conseguía mantener la compostura.
Dejó un informe sobre la mesa y se acomodó las gafas redondas con aire intelectual sin ademán de sentarse, quería aparentar un aspecto que intimidara a semejante chiquilla. Sólo de pensar que el destino del mundo dependía de esa mujer menuda y, seguramente medio estúpida, le ponía enfermo.
—No me andaré con rodeos —comenzó con decisión sin darle tiempo a Meryl de articular alguna de la ristra de preguntas que seguro tendría—, te ofreceremos un trato. Necesitamos que colabores en un experimento que no causará ninguna clase de daño en tu cuerpo, ni físico ni mental —cogió aire y siguió, aún, sin dar oportunidad a Meryl de interrumpirle—.  A cambio, en el caso de que aceptes, no volverás a tener un solo problema económico.
—Lo siento, pero… no entiendo muy bien a qué se refiere.
—Veamos —suspiró—, te lo explicaré de manera que alguien con tu… capacidad intelectual, pueda comprenderlo. Estamos haciendo un estudio, simplemente tendrás que estar dormida en una cámara durante una semana, a cambio de eso, pagaremos las deudas de tu familia y, con lo que sobre, podréis vivir sin trabajar nunca más el resto de vuestra… interesante existencia.
—¿Solamente… dormir en una cámara? ¿Me pagarán por eso? —preguntó perpleja y confusa por el exceso de información.
El profesor Collins resopló para sus adentros, frustrado por lo lenta que llegaba a ser la chica. Le había informado de manera muy clara para que ella, preguntara aquello. Se armó de toda la paciencia que pudo acumular y continuó.
—Así es, si estás dispuesta, aquí está el contrato. Tómate tu tiempo para leerlo —concluyó con una sonrisa falsa, señalando la carpeta con el dedo.
Puso la serie de papeles frente a ella y salió del lugar sintiéndose enfermo y malhumorado. Meryl miró una y otra vez la puerta y el contrato alternativamente, no podía creerse su suerte, pero en el fondo le olía mal, tanto dinero por algo tan simple... era realmente extraño.
De todas formas lo leyó y releyó varias veces, todo parecía estar en orden y aquella oportunidad les salvaría la vida.
Cogió la pluma con fuerza, las manos le temblaban ligeramente, era inevitable tener miedo cuando no sabía lo que le esperaba. Aun así, firmó todos los papeles que lo requerían y alejó el documento, dejándolo correr por la mesa mirándolo con aprensión. Ya estaba hecho y no había marcha atrás.
—Buena elección —sonrió otro hombre de bata blanca, más joven que el anterior. Meryl lo miró perpleja, pues no había oído venir a nadie—. Ahora, llamarás a tu madre para decirle que estarás fuera una semana a causa de un viaje.
—¿Ahora? —se exaltó asustada— Pero…
—Créeme jovencita, tenemos muchísima prisa con esto. No te imaginas lo importante que es para… todos. Toma.
—Pero mi madre se preguntará a qué viene ese viaje. ¿Qué le voy a decir?
—Eres una chica lista, ¿verdad? Seguro que algo se te ocurre. Volveré en cinco minutos.
Se acomodó en la silla intentando pensar alguna excusa que sonase realista, no tenía demasiadas opciones, dijese lo que dijese y, pensara lo que pensara, le sonaría raro y sobre todo, sospechoso.
—¿Mamá? —tanteó nerviosa cuando escuchó su voz al otro lado.
—¿Cariño? ¿Qué pasa, estás bien? —preguntó extrañada, pues su hija rara vez la llamaba al móvil.
—Sí mamá. Me ha surgido algo y voy a tener que marcharme una semana…
—¿Cómo? ¿Qué diablos significa eso? —exclamó paseándose por la sala de enfermeras, en unos minutos tenía que salir a hacer la ronda.
—Escucha mamá, es algo que nos puede cambiar la vida, un trabajo como traductora para un político —explicó haciendo gala de su conocimiento de tres lenguas—. Sólo será una semana, para una cumbre, me lo han ofrecido y pagan muy bien. Lo único es que tengo que salir inmediatamente y no podré recoger a George del colegio.
—No sé cielo… ¿Estás segura de que todo está bien? Es un poco extraño…
—Todo está perfectamente —repitió con un tono alegre que no podía ser más fingido—. Confía en mí, en una semana volveré a casa y todo cambiará.
—Bueno… ten cuidado y llámame.
—Lo intentaré, pero con el cambio de horario y lo ocupada que estaré…
—Está bien, al menos dime que lo intentarás.
—Lo haré. Adiós mamá, te quiero.
Colgó el teléfono y suspiró profundamente, odiaba mentir a su madre, de hecho nunca lo hacía, pero aquella vez tenía una buena razón, una más que buena.
Esperó un poco nerviosa a que volviese el hombre de la bonita sonrisa, le había caído bien, no la había tratado como si fuera imbécil o algo así, como los comentarios despectivos del hombre de las gafas, que no habían sido plato de su gusto.
 El chico con apariencia de médico fue a recogerla a la sala y la guió hasta una habitación para que se cambiase mientras le daba una serie de instrucciones que debería llevar a cabo a continuación. Se desvistió y dejó la ropa sobre la mesa, tomó una ducha que a su parecer olía a desinfectante, obligándola a lavarse tanto la cabeza como el cuerpo con el agua hirviendo y, al salir tuvo que echarse una especie de loción que desprendía un fuerte olor a alcohol. Se vistió con una especie de vestido blanco que tenía unas mangas bastante llamativas y se miró poco después en el espejo, no le quedaba nada mal, aunque el blanco impoluto hacía que sus ojos verdes parecieran aún más tenebrosos.
—Muy bien, acompáñame. Iremos al laboratorio número tres —informó el chico, que ahora llevaba otro traje que le tapaba la mitad del rostro, como si ella tuviese una enfermedad incurable y contagiosa, pero pudiendo apreciar en su tono de voz, la amabilidad de la que había hecho gala al conocerle.
—Perdone —susurró, el hombre se detuvo completamente y giró el cuerpo expectante—. ¿Es verdad que sólo tengo que dormir?
—Así es, te induciremos un sueño muy profundo, ¡es completamente indoloro! Cuando despiertes habremos recopilado datos suficientes como para continuar sin tu ayuda.
—Vale... —murmuró sin mucho convencimiento. No podía echarse atrás, debía conformarse con lo poco que le habían dicho.
Pero seguía pareciéndole extraño obtener tanto dinero por echar una cabezadita de una semana, no era algo normal. Le siguió por el pasillo asustada, las piernas le temblaban ligeramente y sentía frío. El silencio era absoluto.
Estaban en una zona de alta seguridad, olía muy fuerte a desinfectante. Se pasó las manos por los costados conteniendo un escalofrío, no había ni un alma. Cuando entraron todo parecía normal, la cámara en la que debía dormir estaba allí, en una especie de pequeña habitación separada del material informático y del resto de científicos por una pared transparente. Avanzaron por una especie de túnel de plástico que olía a nuevo. La mitad de la sala estaba abarrotada de gente, y la cápsula, en donde se suponía que entraría, estaba conectada a un sin fin de máquinas y monitores por medio de largos cables negros.
—Beth, prepárala de inmediato —ordenó el doctor Collins en cuanto el joven que la había acompañado se paró junto a la salida, quedándose cerca de ella.
—Sí, señor —dijo la chica acercándose al interfono para indicarle qué debía de hacer.
La mujer la fue guiando paso a paso para que se colocara, con la ayuda del chico, una serie de parches en la cabeza y sobre el pecho que, según le explicaron, la mantendría monitoreada y permitirían calcular el nivel de estrés que toleraba su cuerpo, en caso de que algo saliera mal o de manera inesperada, podrían interrumpir el experimento inmediatamente gracias a ellos.
Meryl vio al hombre amargado de antes por el rabillo del ojo. Estaba sentado en una silla al otro lado del cristal con los brazos cruzados y no le quitaba la vista de encima ni por un instante, su mirada pretendía ser de todo menos reconfortante. Supo enseguida que ella no le gustaba, aunque el sentimiento era mutuo.
—Perfecto, ahora siéntate aquí y quédate quieta mientras te inyecto la solución, si te sientes mareada o confundida, esperaremos un momento antes de meterte en la cámara. En unos segundos comenzarás a sentir mucho sueño señorita, ¿lo has entendido todo? —sonrió con franqueza.
—Sí —afirmó, observando con aire ausente la jeringuilla que se acercaba a su cuello con cuidado.
La situación comenzaba a parecer surrealista, se sentía como si la acabaran de meter en una película barata de ciencia ficción, tan sólo un par de horas atrás ella estaba en su trabajo, pensando en cómo ayudar a su familia, y de pronto, las deudas de su padre estaban saldadas porque alguien decidió que ella podía hacer ese trabajo, le parecía que todo era demasiado bueno.
Se tumbó dentro de la cámara con ayuda del amable doctor, era espaciosa y muy cómoda. A primera vista parecía una tabla plana de madera blanca, como casi todo en esa zona de la base, pero al entrar se dio cuenta que era la superficie más mullida sobre la que había estado nunca. Cerraron la cámara en cuanto se colocó en posición y dejó de escuchar nada fuera de ella, estaba herméticamente sellada.
Al principio sintió pánico, le costaba relajarse encerrada en un sitio tan parecido a un ataúd transparente, su respiración se aceleró y los latidos de su corazón la imitaron. Se concentró simplemente en el aire que entraba y salía de sus pulmones para olvidar la sensación de estar ahogándose, y el pitido imaginario que el silencio le hacía escuchar de manera constante.
Poco a poco, una enorme sensación de paz la inundó y comenzó a cerrar suavemente los párpados, dejándose llevar por el combinado de tranquilizantes que seguramente le habrían añadido a la solución original. No recordaba la última vez que se sintió tan bien, estaba flotando en una especie de nube de algodón y era maravilloso. Una vez que se hubo dormido por completo, el momento más crítico comenzaba, había que criogenizarla.
Nervioso, Collins apretó el botón de doble seguridad que llevaría a cabo la acción, todos los presentes miraban el momento en un silencio completo, sólo unos segundos y el frío habría engullido la cámara por completo. Respiraron aliviados cuando el proceso acabó y las constantes se bloquearon, parecía seguir «viva», tranquilamente dormida como si de una Blancanieves moderna se tratase.
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