jueves, 16 de febrero de 2017

Melodías de la Sangre Capítulo 3

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Melodía Nº 3 Caleb

Aquella noche fue larga, sentía como temblaba cada músculo de su cuerpo mientras el resto de compañeros con los que compartía la celda dormían tranquilos, pues para ellos, aquella situación era algo corriente; así nacieron, crecieron y así morirían. Pero para Meryl, todo la superaba, despertarse un día y ver que el mundo que conocía había desaparecido, era algo demasiado grande para poder asimilar en veinticuatro horas.
—¡Arriba todos! —gritó un hombre a media noche, golpeando la puerta con una fuerza bestial.
—¿Johana?
—Es la hora de la venta —ironizó la chica poniéndose en pie.
Se levantaron con pesadez, con debilidad. Meryl se esforzaba por controlar su respiración e intentaba imaginar qué habría tras aquella puerta que tenía frente a ella.
En su mente una vocecilla gritaba aterrada:
«¡Vampiros, vampiros, vampiros!».
En el fondo, por muchas cosas que el resto de esclavos le habían contado, no se lo creía... o mejor dicho, no se lo creería hasta que lo viese con sus propios ojos. Solamente intentaba mentirse así misma para poder superar su ansiedad.
Antes de atravesarla, un grupo de hombres llegó para encadenarles por completo y evitar así cualquier problema. Meryl sintió un ahogo cuando el frío metal se apoderó de su cuello, en un arrebato de rebeldía y miedo, intentó zafarse del hombre, que enfurecido, la agarró por la pechera del vestido que aún llevaba y se lo desgarró, aquello fue suficiente para que se quedase totalmente quieta y dócil.
Al salir por la mugrienta puerta se agarró a Johana, lo que encontró fuera sólo podría definirse de una manera, era una subasta, la gran sala estaba llena de mujeres y hombres bien vestidos y dotados de una gran belleza. Intentó fijarse en todo lo que podía, pero al estar tras Johana, su visión era bastante limitada.
La mayoría tenían los ojos de un rojo brillante.
«¡Cómo monstruos!». Gritó su mente de inmediato.
—¡Señoras y señores! —habló sonriente el hombre, llamando así la atención de todos los presentes— ¡Que comience la subasta!
Los aplausos se alzaron entre la muchedumbre, que ansiosa, esperaba por observar el género con mayor atención. Eran ricos, poderosos y los más bellos de la zona Alfa.
En aquel antro inmundo se había personado Caleb, mandamás de toda la zona y mano derecha de Amadeus, uno de los cuatro grandes conquistadores. Era joven en apariencia, un tanto silencioso y de carácter serio y arisco. Le gustaba controlar la situación, pero odiaba los sitios concurridos, sin embargo, era parte de sus funciones observar aquellas situaciones y asegurarse de que todo se desarrollase en base a las leyes establecidas personalmente por él.
Sus ojos de color rubí se posaron sobre toda la carnaza expuesta sobre el tablón, uno de aquellos individuos le llamó inusualmente la atención. No podía verla bien, pero sí que podía oler su miedo, incluso percibir el tintineo del temblor de sus huesos, hacía tantos años que no había vuelto a ver aquellas cosas en un humano, que le resultaba intrigante a la par que extraño.
«Está sucia». Pensó arrugando la nariz con una mueca.
Intentaba adivinar si el color castaño oscuro de su melena era natural o estaba así por la mugre acumulada. Bajó la vista por el extraño vestido blanco y desgarrado, lleno de parches oscuros de suciedad hasta los pies, que habían perdido el tono rosado de su piel y ahora eran marrones. Suspiró, estaba acostumbrado a ver de aquella guisa a los débiles humanos. Continuó observando cómo se escondía detrás de otra mujer que no tenía ninguna relación con ella, y algo cambió en el instante que sintió los ojos de un tono verde azulado de la joven sobre los de él, en aquel momento tuvo el impulso de protegerla, algo que jamás había sentido en los trescientos años de vida que contaba como vampiro.
Se enfadó consigo mismo, porque aquél era un sentimiento imperdonable, no se podía sentir pena por los humanos y él lo sabía bien, sin embargo, no se marchó, aunque no se daba cuenta, dentro de su subconsciente la decisión de comprarla ya estaba tomada. Aquel miedo reflejado en sus ojos... era como verse a sí mismo en un espejo.
El esclavista carraspeó para llamar la atención de los vampiros que que esperaban ansiosos, pues aquélla vez parecían estar más excitados que de costumbre, supo que podían sentir un especial aroma en el lugar y no tenía que pensar mucho en quién lo provocaba.
—¡La siguiente es una auténtica joya amigos míos! —sonrió ante todo el público— Ven aquí estúpida —susurró agarrando y tirando con fuerza de Meryl, que se había quedado paralizada—. ¡Aquí ante vosotros, tenéis una Libre!
El gentío susurró sin esconder su sorpresa, ahora sabían de dónde provenía aquel sabroso aroma, un aroma que en aquellos días sólo se encontraba en los niños de sangre virgen, los que aún no habían sido probados. Si era Libre, significaba que nadie había comido de ella, una sangre pura y limpia que nadie estaba dispuesto a dejar escapar.
—¿Queréis olerla mejor? —preguntó con malicia sacando un pequeño cuchillo— ¡Sabéis bien que nunca os engaño con mi género!
Hizo un pequeño corte superficial en el brazo derecho de Meryl, solamente salieron unas gotas de sangre, pero se pudieron escuchar algunos jadeos de excitación ante lo que tenían delante.
—¿Qué tal si comenzamos la puja en mil monedas?
—¡Mil quinientas! —gritó una mujer rubia junto a Caleb sin esperar ni un segundo.
Mientras pasaba el tiempo, las apuestas comenzaban a subir hasta tomar precios exorbitantes. Meryl estaba a punto de caerse al suelo, jamás imaginó que pudiese llegar a temer tanto por su vida. La estaban vendiendo como a un pequeño cordero y era incapaz de articular palabra alguna para expresar su desacuerdo. Todo transcurría como un sueño, veía borroso y escuchaba las voces como si llegasen de una lejanía total, las manos le temblaban de forma incontrolable...
—Un millón de monedas —continuó otra voz con la apuesta, llamando la atención y causando un silencio completo.
—¿No es Caleb? —murmuró un hombre a su acompañante— Él nunca puja.
—Pues olvídate, no podremos superar nunca su oferta, además, es mejor no oponerse...
Había susurros temerosos, nadie se atrevería a superar su puja, que para colmo era limpia y casi insuperable. Con pena, nadie volvió a alzar la mano y miraron a la joven que habían deseado hacía unos segundos con nostalgia.
—Meryl, Meryl —susurró Johana con un punto de emoción—. Escucha, has tenido suerte, por lo que sé es un buen tipo, pero atenta, no confíes en nadie si te da la mínima sensación extraña, ni en los humanos, en ellos menos que en nadie.
—Johana… —intentó contestar mientras el hombre la bajaba a empujones del escenario, rumbo al comprador.
—Mi señor, aquí esta su compra. Espero que todo esté bien y sin problemas…
—Ten —dijo tirándole un fajo de dinero encima—. Ven a casa más tarde a por el resto.
—Por supuesto… Y tú, por tu bien, compórtate… —susurró— ¡Arrodíllate ante tu amo! —le dio una patada en la parte posterior de las rodillas haciendo que cayese al suelo mientras gemía de dolor.
La sala estaba en silencio y sólo se escuchó el tintineo de las cadenas que la aprisionaban, allí arrodillada, miraba pidiendo clemencia al extraño hombre que la había comprado.

Ilustración del libro. Por Davic Mendez

—Mess, ella ya no te incumbe, así que no des órdenes ni golpees a quién no debes —cogió la cadena que llegaba hasta el cuello de Meryl, la agarró del brazo y la levantó sin esfuerzo.
—Perdone mi señor.
Posó su mano derecha sobre el hombro de una temblorosa joven y, la empujó con suavidad hacia la puerta bajo la atenta mirada de todos los presentes. Caminó guiada por el misterioso vampiro mientras se preguntaba qué haría con ella.
Subieron a un coche y Meryl observó atentamente al hombre que la había comprado, era el primer vampiro que veía tan de cerca. Simplemente parecía sacado de un sueño, con aquel pelo negro azulado y los ojos de un tono rubí, que eran tan intensos que hipnotizaban, pero la belleza del extraño era lo que menos importaba en aquel momento, sólo suplicaba a todo ser supremo que la protegiesen de una muerte que veía cercana.
Miraba de reojo, su comprador estaba sentado de forma indiferente, con el puño cerrado se sostenía la fina mandíbula y miraba tranquilamente por la venta del vehículo. Sólo unos centímetros les separaban, pero tenía la sensación de estar a años luz de él, algo que en aquel momento deseaba con todas sus fuerzas.
Quince minutos después de salir de la ciudad, que ya dormía debido a la hora que era, llegaron a una enorme y antigua mansión a las afueras. El jardín estaba seco y los árboles daban pavor, aquel habría sido el lugar perfecto para rodar una película de terror. El coche paró y Caleb bajó para abrir galantemente la puerta del lado contrario para que Meryl saliese. No la miró, pero esperó con paciencia los dos minutos que su nueva adquisición se tomó para sacar, por fin, el pie desnudo y pisar la gravilla que rodeaba toda la casa.
Tenía la mirada perdida y la voz bloqueada, se asustó cuando sintió el guante de cuero que cubría la mano de Caleb sobre su hombro desnudo, otra vez empujándola, esta vez hacia la puerta principal que comenzaba a chirriar al abrirse.
—Has tardado más de lo que esperaba… —su voz se debilitó al fijarse en que su jefe no llegaba solo, aquello era algo nuevo e inusual en él.
—Llévatela Alexander. Que se bañe, y quítale las cadenas —ordenó.
—Sí, claro… Por aquí, señorita.
Meryl volvió a mirar a Caleb sin esconder su confusión, pues no era aquello lo que esperaba. Él simplemente pasó de largo y se adentró en la mansión dejándolos allí a ambos. Un poco más segura ante aquella situación, se acercó a Alexander con ojos de cordero degollado, era un muchacho tan pálido que casi brillaba en la oscuridad de la noche, de ojos bermellón y traje negro.
Él sí se parecía a la clase de vampiro que habría imaginado alguna vez, en su antigua vida. Con un atractivo extraño y un pequeño punto enfermizo.
—Te dejo aquí algo de ropa limpia, es un poco vieja… espero que no te importe. Creo que el agua estará a tu gusto.
Ella frunció el ceño descolocada y sin poder parar el leve temblor que continuaba reinando en cada uno de sus músculos, aun así, se metió en la bañera de agua templada con olor a moras silvestres sintiendo que volvía a nacer.
El agua ya estaba fría, pero Meryl continuaba dentro con la mente en blanco, casi parecía muerta.
El sonido de la puerta la volvió a traer a la realidad.
—¿Estás bien? —preguntó Alexander desde el otro lado.
Meryl susurró un leve «Sí» que el vampiro escuchó perfectamente. Salió del agua sin esperar más tiempo, pues no quería darle motivos para entrar. Observó el sencillo vestido blanco de corte recto y mangas abombadas y se sentó en una silla que había en la habitación pensando en qué debía hacer, ponerse el vestido, esperar, arriesgarse a salir... Aún no estaba segura de qué hacía allí, tal vez era la cena de aquella noche.
Tuvo un pequeño impulso de rebeldía y se volvió a poner el ennegrecido traje que le habían dado los científicos antes del experimento, le resultaba demasiado extraño todo aquel buen comportamiento, pues las cosas que había escuchado de sus compañeros de celda distaban mucho de su situación actual.
Alexander entró poco después y se quedó atónito al verla con la ropa con la que llegó, sonrió para sus adentros comprendiendo lo que ella intentaba decir con aquello.
—Si me lo hubieras dicho, te habría lavado la ropa e intentado arreglar la parte rota, parece importante para ti. Bueno, seguro que tienes hambre, te he preparado algo, si me acompañas… —dijo, haciendo un gesto galante con la mano e indicando a su vez el camino.
Aunque no quería ir no tenía más remedio. Se levantó con cuidado y comenzó a caminar dejando pequeñas huellas con los pies húmedos sobre el suelo de brillante mármol negro. El lugar era realmente grande, debía de haber docenas de habitaciones, pues a su paso por el ancho corredor sólo veía puertas y más puertas junto a las que colgaban hermosos cuadros, toda la casa estaba decorada con un aire barroco.
—Por aquí.
Alexander abrió una puerta que parecía de roble bien tratado, ambos entraron por ella y llegaron a un lujoso salón, el fuego iluminaba cada rincón y su crepitar resultaba casi intrigante.
En el centro había una gran mesa con varios platos de comida, el olor que desprendían llegaba hasta Meryl flotando de forma sabrosa y abriéndole un enorme agujero en el estómago. Por primera vez se daba cuenta de que no había probado bocado desde que se hubo despertado, pero pronto, el hambre se convirtió en náuseas nerviosas, en cuanto se sentó y se dio cuenta de que no estaba sola.
En un sillón no muy lejano a ella, frente al fuego, estaba la persona que la había comprado sosteniendo una copa que guardaba un espeso líquido rojo. Sólo podía ver su perfil iluminado por las llamas, estaba serio y la luz que emitía la hoguera chocaba contra su pelo negro dejando ver los brillos de un color azulado muy, muy oscuro, casi imperceptible.
Él no parecía darse cuenta de su presencia, pero lejos de la verdad, sabía mejor que nadie que estaba allí, aún olía su miedo, que comenzaba a parecerle irracional. Se preguntaba tantas cosas que perdía la noción del tiempo, incluso seguía impresionado de su propia actitud al comprar a una mujer inservible, tenía un sabor agridulce con toda aquella situación, pero lo más importante era acostumbrarse a tener otra persona allí que no fuese su mano derecha, su mejor amigo, Alexander, o Jeoff, su chófer y guardaespaldas.
Debieron de pasar diez minutos cuando escuchó el leve tintineo del metal contra la porcelana. No necesitaba mirarla para saber que no había probado bocado, no, él tenía una habilidad extraordinaria para saber lo que ocurría siempre sin necesidad de ver.
—Si no vas a comer —comenzó con una voz tranquila y varonil que la asustó—, será mejor que vayas a dormir, son casi las tres de la mañana.
Meryl le miró con desconfianza, todavía esperaba el momento en que se abalanzaría sobre ella para matarla o desangrarla, la espera estaba siendo peor que cualquier otra cosa. Sintiéndose vencida, se levantó obedeciendo.
—Ven conmigo —Alexander apareció de algún rincón asustándola de nuevo.
Subieron al segundo piso, que estaba tan lleno de habitaciones como el primero. Sin embargo, en este, había en ambas paredes una exposición impresionante de cuadros y estatuas de estilo romano o griego que ya eran antiguas cuando Meryl vivía su vida sin más percances que los económicos.
—Caleb me ha dicho que uses esta habitación, está completamente amueblada y no te faltará nada, también hay ropa...
Entró corriendo sin decir una sola palabra ni dejarle acabar y cerró la puerta de golpe, intentando buscar un poco de seguridad allí encerrada. Había varias velas encendidas que iluminaban con elegancia la estancia, era una habitación hermosa y amplia.
La cama era grande, la colcha, de un tono verde esmeralda, brillaba como si fuese de seda. Los altos palos de madera del dosel se alargaban desde los extremos, sosteniendo las cortinillas de noche de la misma tonalidad que el resto de ropa de cama. Había un baño y un enorme armario vestidor repleto de ropa para mujer. La ventana de doble hoja estaba junto a un antiguo escritorio de basta madera y, en medio, un sillón alargado que hacía de complemento a todo el lugar.
—¿Caleb? —preguntó Alexander— ¿Qué te ha ocurrido para que traigas una esclava?
—No lo sé —dijo con rudeza mirando la copa que volvía a estar llena—. Tuve una sensación extraña cuando la vi.
—Entiende mi confusión, llevo a tu lado cien años y nunca habías mostrado interés por nadie.
—Estoy tan sorprendido como tú. Es tarde, iré a descansar.
Alexander sonrió mirando cómo desaparecía por el umbral de la puerta, no había nadie sobre la faz de la tierra que le conociese mejor que él. Decir que estaba cansado era algo típico cuando no quería hablar de algún tema, y sin embargo, allí estaba la muchacha humana que le había llamado tanto la atención. Él también había notado algo extraño en el comportamiento de la chica, aquel miedo a todo… ¿Acaso no conocía a Caleb? Aún estando bajo el mando directo de Amadeus, no era conocido por ser cruel, tal vez sí frío y extremadamente serio… pero no malvado. Cualquier humano habría dado un brazo por acabar en aquella casa.
Todavía recordaba la conversación que habían tenido mientras ella se bañaba, Caleb había pedido expresamente que se quedara en aquella habitación que él delicadamente, había decorado hacía unos meses sin ninguna razón. Una habitación que precisamente le negó a Ashe, su última y más fogosa amante, razón por la que ella, enfurecida, se había marchado al ver que Caleb nunca permitía sus caprichos, ni un abrazo había recibido de él. Su relación sólo había sido puramente sexual.
—Si no fuese un hombre, ni lujuria se permitiría a sí mismo… —susurró divertido, mientras recogía la mesa— Esperemos que todo esto no traiga problemas mayores.
Meryl despertó sin saber qué hora era, el cielo oscurecido hacía imposible saber cuándo amanecía y cuándo anochecía. Aún se preguntaba qué había ocurrido, cómo y sobre todo, por qué.
Miraba el techo de la cama sin ganas de levantarse, se sentía débil, ya que la noche anterior se dedicó a dar vueltas a la sopa de la que todavía recordaba el sabroso olor que desprendía, las tripas le rugieron varias veces quejándose a gritos por el hambre.
—¿Debería levantarme? —preguntó a la soledad de la habitación— ¿Qué debo hacer, Dios mío? Si mamá estuviese aquí… Oh, mamá, George… —sollozó tapándose con la almohada.
Le pareció increíble que no hubiese tenido tiempo de llorar por las dos personas más importantes de su vida. Le resultaba difícil creer que nunca más los volvería a ver a ninguno de los dos, era una sensación tan horrible que en su imaginación intentaba aparentar que nada era real, que estaba en su cama, recién despierta tras una pesadilla... pero el sonido seco de unos nudillos chocando contra la puerta la devolvió a la cruel realidad, a la mansión de su amo.
—He pensado que como ayer no te encontrabas bien, tal vez te gustaría desayunar aquí.
Meryl no pareció escuchar, sus ojos miraban fijamente el sabroso contenido de la bandeja; tostadas, zumo… ¿Qué hacía un vampiro con aquellas cosas? ¿Acaso no se alimentaban sólo de sangre?
—Gracias… —murmuró, evitando el contacto visual.
—No deberías tener miedo, aquí estarás segura.
Meryl levantó cabeza de sopetón, asombrada por aquellas palabras. Por un segundo quiso llorar al sentir tranquilidad, pero su instinto no se lo permitía.
—Oye… —le llamó, antes de que saliera de la habitación— Tú eres uno de ellos, ¿verdad?
—¿De quiénes?
—Vampiro…
—Sí, claro.
—¿Podrías decirme qué ocurrió?
—Lo lamento —se disculpó extrañado—, pero no comprendo qué quieres decir.
—¿Por qué el cielo está oscuro? —preguntó con tono de ruego— ¿Por qué el mundo es así ahora? Desde que desperté ayer sólo he visto cosas horribles, no comprendo nada… —murmuró para sí misma mientras se llevaba ambas manos a la cara para callar un jadeo de desesperación— ¿Qué voy a hacer?
Alexander se quedó estático al no comprender las palabras de Meryl, pero algo no iba bien. Salió en busca de Caleb dejando la puerta abierta tras él, tal vez su jefe consiguiese más respuestas a toda aquella confusión y sobre todo, sacarla del repentino estado en el que se había sumergido, con la mirada perdida, como si estuviese a punto de perder sus facultades mentales.
—Caleb, será mejor que vengas a ver a tu invitada.
—¿Qué ocurre?
—No estoy seguro, pero está desvariando. Hace preguntas demasiado raras.
Se tomó unos segundos antes de ponerse en camino. Con cierta intriga llegó a la habitación y la vio sentada, con los hombros caídos y mirando la colcha que cubría sus piernas. No pareció darse cuenta de su presencia.
—Déjanos solos Alexander.
Se acercó con cautela, evitando asustarla repentinamente. Podía ver que sus labios se movían con suavidad, susurraba algo que sólo un vampiro sería capaz de percibir, se sentó al borde de la cama y afinó sus sentidos.
—…Yo sólo quería ganar dinero, para mamá y George… Era un estúpido experimento, solamente dormiría una semana y después los problemas se habrían terminado para siempre… pero cuando salí de allí todo estaba oscuro… destrozado… y me vendieron. Vampiros… vampiros… ¿desde cuándo son reales? Me matarán, me harán daño y no podré hacer nada… nada…
Caleb estaba impactado, había comprendido perfectamente lo que decía, ¿pero cómo podía ser posible? Aquello ataba los cabos sueltos que le habían atormentado durante las últimas horas. Para alguien que despertaba repentinamente en un mundo infernal como aquél, debía ser un completo shock. Alargó las manos y las aferró sobre sus hombros intentando devolverla a la realidad de la forma menos brusca posible, ella, al sentir la repentina presión, le miró con los ojos abiertos de par en par, Caleb podía ver su alma en ellos, el pánico que la inundaba en aquel momento desbordándola.
Comenzaron a caerle grandes lágrimas transparentes por las mejillas. Se sintió impotente y, por primera vez en siglos, quiso apartar el dolor de otro ser vivo que no fuese él mismo. Con ambos pulgares secó sus mejillas rosadas, sentía pena por aquella humana que al parecer venía del pasado, su instinto no se había confundido, sabía que existía alguna razón por la que su ser interior le alertaba y le pedía a gritos que la comprase. Y allí estaban ahora.
—Vas a tener que reponerte y contarme todo.
—¡No me mates! —gritó ella de pronto exaltándose, como si despertase de una pesadilla.
—No es lo que tengo en mente ni lo que pienso hacer. Dime, ¿cómo has llegado aquí? —insistió— Debes contármelo.
Sentía cómo Caleb apretaba las manos contra su cara intentando darle seguridad, era un tacto extraño, casi aterciopelado... era la piel más suave que jamás había sentido. Pero lo importante fueron sus ojos rubí, su mirada le transmitía paz, como si esto provocase que su miedo se desvaneciese lentamente.
En un impulso, sin ser capaz de cerrar el grifo de sus lágrimas, le contó lo ocurrido. Para ella sólo habían pasado unas horas, se había levantado como de costumbre para ir a trabajar, unos hombres extraños se la habían llevado a la base militar y después de aceptar el millonario trato, se había visto en aquel lúgubre lugar que ya no reconocía como su ciudad.
Ilustración del libro. Por Davic Mendez

—Es una situación complicada… —susurró Caleb sin apartar la mirada— Pero tienes suerte de estar aquí. No temas, te irás habituando a esta nueva… vida. Aunque no te prometo que vaya a ser fácil. Come algo e intenta descansar, parece que lo necesitas.
Tras hablar se marchó tan rápido como un suspiro. Meryl se quedó mirando la puerta abierta. Seguía confusa, aunque un poco más tranquila intentaba decirse a sí misma que poco a poco, su situación mejoraría, sólo tenía un camino y era acostumbrarse al oscuro mundo en el que se encontraba, pero la duda no se había disipado, aún pensaba que todo era mentira, que planeaba amansarla para matarla, descuartizarla y quién sabría qué cosas más.
«Tengo que escapar…» Decidió en la oscuridad de la estancia.
Se asomó por la ventana, la altura era demasiado grande, pero tal vez podría apañárselas para bajar hasta el pequeño tejado que separaba ambas plantas y desde allí, utilizar un árbol para llegar al suelo.
—Puedo hacerlo —susurró animándose a sí misma.
Ató dos sabanas que encontró en el armario, puso una silla para atascar la puerta y abrió la ventana tratando de hacer el menor ruido posible.
La noche era fresca, el aire corría con fuerza trayendo los suaves olores del bosque otoñal.
Fue más difícil de lo que parecía, pero consiguió llegar al árbol seco, que se inclinó peligrosamente rompiendo varias ramas. Descendió con cuidado y, cuando posó los pies sobre la grava que rodeaba la casa, se sintió liberada. Ahora debía correr con la fuerza de una bestia y buscar ayuda, ¿pero dónde? En la ciudad seguramente volverían a cogerla y a venderla a otro de aquellos siniestros seres.
El suelo del bosque estaba cubierto por una suave neblina que le daba un aire más tétrico al lugar si es que aquello era posible. Comenzó a correr en una dirección al azar, pisando las hojas caídas y manchándose los pies. Cada paso que daba la hacía sentirse más libre y lejos de aquel vampiro, pero estaba muy equivocada, pues Caleb ya estaba siguiéndola, en parte divertido por la idea de la joven de escapar y en parte ofendido por cómo se había tomado todo aquello. Él había dejado claro que no iba a matarla y aun así, el millón que había pagado intentaba huir desesperadamente hacia una muerte segura.
Después de varios minutos de correr sin descanso, Meryl se detuvo en un pequeño claro en el que los altos árboles dejaban entrar la luz de un débil sol que las espesas nubes no dejaban casi distinguir. Apoyó las manos sobre las rodillas, haciendo un esfuerzo infernal por mantener controlada su respiración, las gotas de sudor se resbalaban por su rostro hasta caer sobre las hojas secas sin producir ningún sonido.
—A esta… distancia… debería estar… segura… —se recitó intentando respirar.
—Tu comportamiento llega a ofenderme —escuchó una voz de algún lugar cercano que la agitó peligrosamente, acelerando aún más su corazón—. Piensas que puedes desaparecer así por así... Tal vez de un humano sea posible, pero yo no lo soy.
Levantó la mirada y lo vio tranquilamente sentado sobre la rama de un alto árbol, con el semblante serio y los ojos fijos en ella, aquella mirada le provocaba escalofríos por todo el cuerpo. De pronto saltó y Meryl gritó por la impresión, porque la altura era de varios metros.
—Creí que con lo que hablamos, te había quedado claro que no voy a matarte.
—¿Y… y por qué no me dejas ir? —su voz tembló de forma escandalosa.
—Si te dejo ir te matarán. Y no voy a malgastar de esa manera el millón que pagué por ti.
Meryl se mordía el labio inferior, siempre lo hacía cuando se sentía nerviosa, y en aquel momento en el que él acortaba las distancias, sentía que su corazón dejaba de latir posicionándola a un paso de desmayarse por el miedo, pensando que la golpearía como reprimenda a sus actos. Cuando sus pasos se detuvieron lo suficientemente cerca, cerró los ojos con fuerza sabiendo que todo lo que intentase sería inútil, él era más rápido, fuerte e inteligente que ella.
—Volvamos —dijo sin más, apoyando su mano sobre la cabeza de Meryl.
Ella lo miró de forma infantil, como cuando su madre la regañaba siendo una niña. Por un segundo se sintió en casa, en su hogar, con su familia... aquel dulce sentimiento de seguridad que sólo sientes cuando estás entre los tuyos.
Caleb caminaba lentamente tras ella vigilando los torpes pasos que daba y riendo por dentro, sabiendo que lejos de su protección, su vida sería un auténtico infierno. El extraño sentimiento de protección volvía a inundarle por completo dejándole un sabor confuso y algo agrio. Comenzaba a comprender que aquella humana torpe podría  convertirse en su debilidad. Aquello no estaba bien... porque sólo traería dolor a su alma fragmentada.
Llegaron a la casa, donde Alexander esperaba con expresión tranquila y su siempre calmada media sonrisa. Nadie dijo una sola palabra, entraron uno detrás de otro al calor del hogar hasta llegar al salón principal. Meryl estuvo a punto de colapsar cuando el sabroso olor a pollo asado voló hasta su nariz como una tortura. Tenía tanta hambre que comenzó a tener suaves convulsiones.
—Voy a ducharme —dijo Caleb saliendo y dejándoles solos.
—Ve a comer —pidió Alexander acomodando una silla frente al plato preparado con gran gusto—. Caleb me pidió que lo preparase para cuando volvierais, estaba muy preocupado. Aunque creo que un desayuno así es una bomba, también es cierto que hace mucho que no comes nada.
Ella lo miró casi con adoración, se había dado cuenta de cuán buen corazón tenía él y ahora se daba cuenta de que Caleb no era como ella pensaba. Se había preocupado en que cuando volviesen, tuviese algo que llevarse a la boca, con dos días sin probar bocado, sentía que estaba a punto de morir.
Se sentó y comenzó a engullir de tal forma que Alexander se asombró, parecía que no había comido nada en semanas.
—Ahora que estás más tranquila —comenzó Alexander ordenando unas figuras sobre una cómoda cercana—, quería decirte algo. Aunque por fin veas que no queremos hacerte daño, habrá gente que sí.
—He visto lo que hay fuera… lo he vivido en mis carnes, creo que soy un poco más consciente de que… ahora podría estar muerta.
—Si estás cerca, te cuidaremos —sonrió.
Meryl no contestó, volvió a mirar su plato un poco sonrojada. Por una parte estaba feliz de estar allí, pero seguía temiendo por su situación.
El agua estaba helada, intentaba despejarse con el frío. Desde que Meryl había puesto un pie fuera de la ventana había sabido cuáles eran sus intenciones y la había dejado que se internarse en el bosque, por supuesto, bajo su atenta mirada. Correr la ayudaría a sacar parte de su estrés, él era de los que pensaban que llevar el cuerpo al límite podría ayudar con ciertos temas, de hecho era algo que Caleb hacía en momentos difíciles, pues su puesto conllevaba ciertos riesgos.
Salió de la ducha y se quedó estático frente al enorme espejo, su reflejo le devolvía una mirada fija que por un momento le pareció la de otra persona, otro chico que aparentaba veinte años humanos y de rasgos que serían extraños para ella, para Meryl.
—¿En qué diablos estoy pensando? —se preguntó a sí mismo gruñendo.
No podía negar el sabroso aroma que emanaba de ella, las ganas que tenía de probar su sabor, pero si lo hacía se condenaba a sí mismo. Tal vez algún día tendría la oportunidad de hacerlo sin demasiado peligro...

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