jueves, 16 de febrero de 2017

Melodías de la Sangre II Capítulo 2

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Melodía Nº 2 Oscuro Llanto

 Si en el interior de Caleb hubiese habido una balanza, en cada uno de sus extremos estarían luchando la bondad y la crueldad vividas hasta aquel día de su existencia. Era terrible que una de ellas ganase por una diferencia abismal... y el dolor que sentía su cuerpo en aquel momento hacía que el peso de la crueldad tocase fondo de forma firme e inamovible. Odio... sentía tal odio por todos sus semejantes que no era capaz de pensar con claridad. Deseó la muerte, el sufrimiento y la desesperación para todos ellos. Tenía que irse de allí mientras pudiese caminar, porque aquel hombre se lo había dejado claro; «Aún tenía mucho que dar...»
Cualquier estercolero sería mejor que ser el muñeco de aquel Conde perverso que no dudaba en usar la violencia y la tortura, le gustaban los gritos, los muchachos jóvenes y las perversiones más crueles y oscuras. Dolía horrores, pero el odio le movía como si un titiritero manejase sus hilos para levantar una marioneta.
De nuevo, truenos fuertes y furiosos estallaron por encima de los jadeos que salieron de la boca de Caleb cuando tuvo que despegar el cuerpo del suelo. Con agotamiento se puso la ropa rasgada, sentía punzadas en cada músculo de su cuerpo, y asco... tanto asco que el estómago amenazaba con expulsar toda la bilis de su interior para purificarle. Se quedó de rodillas antes de levantarse por completo y ponerse en pie para salir huyendo de la mansión, sintiendo de forma horrible el temblor de su mandíbula, las gotas de sudor aún cayendo por su cara ennegrecida y, el dolor que no desaparecía. Su respiración era irregular y el corazón le latía a un ritmo que llegaba a ser peligroso, aumentado repentinamente por el sonido de la puerta a su espalda.
—Muchacho... —su corazón comenzó a tranquilizarse frente a la voz femenina y un poco ronca de la cocinera.
Caleb giró levemente la cabeza sin pausar su respiración, clavó los ojos en la mujer y vio perfectamente bajo la luz de la vela que portaba, cómo las arrugas alrededor de sus ojos se hacían más profundas al conocer lo ocurrido.
—¿Puedes levantarte? —preguntó con suavidad acercándose a él para arrodillarse y rozarle por un segundo, antes de que él la apartase de golpe— Está bien... está bien...
Por mucha comprensión que hubiera en su voz, por mucho cariño que la mujer intentara transmitir... nada llegaba a él.
No era la primera vez que se encontraba con aquella escena, no... llevaba demasiados años trabajando en aquella casa como para sorprenderse de tal barbarie. No era el primer muchacho en pasar por aquello, pero sí era el primero en tener aquella expresión que habría helado el mismísimo infierno. Los ojos se le empañaron automáticamente, ella era madre de un muchacho de la misma edad, ver a Caleb así hacía que su mente imaginara cosas horribles que la hacían temblar.
Decidió que le ayudaría de la única manera que podía.
—Venga, debes irte cuanto antes... una vez que empieza no puede parar, se vuelve peor cada noche, cada día...
Se calló al recordar al último muchacho. Él no quiso irse, su estúpido egoísmo le hizo quedarse incluso aunque ella le relató horribles historias... el chico había pasado hambre y frío, si se quedaba allí tendría todo lo que deseaba, y decidió pagar el precio. Sin embargo, cada vez que el Conde lo visitaba se volvía peor, usaba artimañas más fuertes y finalmente, el joven murió.
—Cualquier lugar será mejor que este, te lo aseguro. Ojalá te hubieras ido de aquí antes de que esto ocurriera... —le puso el chal que llevaba encima y le levantó con un agarre por los hombros, que Caleb finalmente permitió— Yo... perdona que no te dijera nada... el Conde se aseguró de que ningún empleado abriera la boca sobre este tema, nos amenazó —sollozó claramente dolida por sus propios actos—. Yo... yo tengo un hijo...
Caleb no podía pronunciar ni una sola palabra en aquel momento, pero entendía a la mujer, su instinto maternal quiso proteger al hijo que tanto amaba. Con una mano fría y pálida agarró la de Angy con fuerza, transmitiéndole lo que ella necesitaba. La perdonaba.

La tormenta parecía calmarse al fin, ojalá aquella calma hubiera logrado alcanzar a Caleb, pero no había nada en el mundo capaz de lograrlo en aquel momento. Estaba confuso, no podía pensar en nada, tampoco sentir. Su mente estaba intentando asimilar lo ocurrido y resultaba complicado... pues todo su ser no lograba dejar de concentrarse en lo ocurrido y en cómo de dolorido se sentía.
—Anthony te ayudará... —susurró de camino a la cocina, ya que era el camino más seguro para salir de allí— Te llevará a Londres en un momento.
Aunque quiso decir algo, ni sabía qué ni tampoco fue capaz. En su garganta parecía haber algo aprisionando su voz. Angy le sostenía fuertemente sin dejar de cubrirle, y aunque intentaba darle calor, él seguía tiritando; no de frío, sino por el límite que había alcanzado físicamente todo su cuerpo.
El viejo Anthony, que era el encargado de los cultivos, esperaba a las afueras del camino exterior sobre una carroza de madera medio rota y un caballo que ya se había jubilado. Miró como ambas figuras se acercaban empapadas bajo la lluvia que ya era suave. Negó con la cabeza instintivamente y entornó la mirada que fijó directamente sobre Caleb, odiaba aquello y odiaba al Conde por lo que hacía en la intimidad a jóvenes muchachos, pero él tenía una familia bastante numerosa que necesitaba un plato de comida... aún así rezaba todos los días rogándole a Dios que castigara sus acciones de algún modo, el que fuera. En cuanto estuvieron a un par de metros saltó con la poca agilidad que ya le quedaba a su edad y ayudó a Angy con Caleb. Le subieron en la carroza apenados por la distancia que mostraba el muchacho, que miraba el horizonte infinito ya absorbido por la oscura noche. Sabía dónde llevarle, su hermana tenía un pequeño hostal, le daría una habitación hasta que se recuperase y el doctor se encargaría de tratarle como le fuera posible, una vez que estuviera completamente recuperado, le ayudarían a buscar un trabajo.

Por el rabillo del ojo era capaz de ver cómo Caleb se balanceaba al mismo ritmo que la vieja carroza. El muchacho parecía haber abandonado su cuerpo y viajado lejos, muy lejos de allí. No le conocía mucho, pero todos en la casa vieron que era serio y trabajador, nunca vagueó en el tiempo que pasó allí, y aunque mantenía la distancia con todos ellos, siempre había sido amable, educado y cordial. Claro que un muchacho tan atractivo había atraído al Conde, dos de sus propias hijas se quedaron prendadas de él en cuanto llegó al lugar.
—La alta sociedad es mala chico —comentó de pronto volviendo a fijar la vista al frente. Solo la luna y una pequeña luz que él llevaba alumbraban a su alrededor—. Aunque supongo que en los bajos fondos de la ciudad se pueden encontrar las mismas cosas... yo siempre he vivido en el campo, que es muy tranquilo.
Caleb no se movió, tampoco respondió ni pestañeó.
—Te recuperarás de esto, no tengo la menor duda al respecto. Eres fuerte y lograrás superarlo. Te aseguro que Dios no perdonará sus actos.
«¿Dios?» Caleb soltó una pequeña carcajada que sorprendió y asustó a Anthony.
Comprensivo y afligido, supo enseguida la razón de aquello. Lo ocurrido no era la primera cosa horrenda que le pasaba a aquel muchacho, aunque con su carácter tampoco era algo que sorprendiera a nadie. Un halo de misterio y secretismo le rodeaba, y los empleados rumorearon mucho sobre aquello... Decidió entonces dejarle en paz el resto del camino, necesitaba tranquilidad para volver a encontrarse a sí mismo una vez más.
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Tardaron horas en llegar a la entrada de la ciudad, y es que a aquellas altas horas de la noche y apenas sin luz, era difícil seguir el camino sin salirse, tal vez incluso caminando habrían llegado antes, pero en el estado en el que estaba Caleb habría sido complicado andar tantos kilómetros. No pararon hasta llegar a una casa de grandes dimensiones, con la fachada un poco descuidada y una pequeña luz en las ventanas del primer piso. Con cuidado, Anthony ayudó a Caleb a bajar y se dirigió con él a la puerta, donde sus nudillos callosos por el trabajo chocaron con un estruendo.
Un golpecito, después unos pasos y el quejido de la madera abriéndose.
—¿Anthony? —una mujer entrada en edad y de pelo gris rizado asomó la cabeza.
Abrió la puerta y tras ella se vio a un hombre armado que suspiró al ver a su cuñado entrar.
—¿Ha pasado algo? —se alarmó por la visita a aquellas horas— ¿Están Marge y los niños bien?
—Sí, sí... siento mucho venir a estas horas Grace, pero necesitaba tu ayuda.
—Claro, pasad... —miró a Caleb y se horrorizó al ver sus condiciones— Creo que vamos a necesitar al doctor. Querido, ve a buscarle.
El hombre salió sin decir nada. Grace los condujo hasta una pequeña habitación donde había encendido un reconfortante fuego. Sentaron a Caleb justo allí, automáticamente pareció relajarse con la visión de las llamas y el agradable calor que desprendían. Después se alejaron hasta la cocina para preparar un Té.
—¿Qué diantres le ha pasado a ese muchacho?
—Cielos Grace... no sé qué decirte, te va a perturbar...
—Lo has traído para que lo cuide y le dé una habitación gratis. Dime que ha pasado, ahora —con tono autoritario puso los brazos en jarras y frunció el ceño.
Tras un suspiro, Anthony comenzó a contarle la oscura historia del Conde. Aquella información nunca salía de los terrenos que gobernaba, los empleados intentaban ignorar lo que ocurría entre las paredes de la gran mansión y seguir con su vida, pero era demasiado complicado para los que como Anthony o Angy tenían demasiados principios.
—¿Estás bromeando? —susurró sin apenas mover los labios— Esto es... Dios mío Anthony, ¿y tienes a tus niños cerca de ese monstruo? Mira lo que le ha hecho a ese pobre muchacho...
—No podemos hacer nada Grace, el Conde dejó muy claras las consecuencias si abríamos la boca. Llevo tantos años trabajando para él... que creo que me he acostumbrado a las pesadillas y los remordimientos que sus actos me provocan.
—Tienes que buscar otro trabajo. Estoy segura de que Marge no sabe toda la verdad —dijo irritada acariciándose la frente—. Ninguna madre tendría a sus hijos en un lugar así, antes rebuscaría comida entre la inmundicia de la ciudad.
—¿Puede quedarse entonces? —suplicó— Yo podría darte algo de...
—¡Claro que puede quedarse, y lo hará, maldita sea! —gritó ofendida— No tienes que darme nada, él tampoco... Cielo santo, esta noche será imposible conciliar el sueño.

Minutos después, el marido de Grace llegó a la casa acompañado del doctor, un hombre culto y con poder adquisitivo que ayudaba a quienes no podían pagarse uno. Ambos hombres fueron primero a la cocina, con los rostros ensombrecidos escucharon las palabras de Anthony. Su cuñado tuvo nauseas al momento, el doctor no parecía demasiado sorprendido.
—No es la primera vez... —comentó colocándose las gafas y quitándose el sombrero— Hace tiempo acudí a la casa del Conde tras una llamada de emergencia. Lo que vi allí no lo podré olvidar jamás. Pero no hay manera de pararle, es un hombre demasiado poderoso —agregó viendo la cara de Grace—. Iré a examinarle, dejadnos a solas para que pueda hablarle. ¿Prepararás algo de comer?
Los tres se quedaron en aquella estancia, y aunque Anthony debía volver antes de que el Conde supiera que Caleb había desaparecido para no levantar sospechas, no podía hacerlo hasta saber cómo se encontraba el muchacho, así que se sentó para descansar las viejas piernas mientras su hermana revoloteaba furiosa por la cocina preparando algo que llevarse a la boca.
Poco más de una hora después, el doctor se reunió con el resto en la cocina, en cuanto estuvo cerca del sabroso olor de varios platos se le llenaron los pulmones haciendo que se abriese un pequeño agujero de hambre que enseguida se cerró.
—¿Cómo está? —Anthony se levantó de un salto.
—Bien... he conseguido que hable, aunque esto le va a traer bastantes problemas durante un tiempo. Va a tener que superar el trauma, al menos físicamente está mejor de lo que podría esperarse después de lo poco que me ha contado. Fue un grupo de cinco hombres contando al Conde.
Grace ahogó un grito imaginando la dantesca escena y al pobre muchacho en medio de ella. ¿Cómo podían existir tales monstruos? ¿Qué clase de placer podían encontrar en un chico que aún era un crío?
—Gracias doctor...
—No tienes que dármelas, mi vocación es curar y ayudar. Dejad que descanse, en un par de días volveré para ver cómo está.
Anthony se despidió de su hermana y salió con él. Iba a tener que darse mucha prisa para llegar antes del amanecer a la mansión, además, Angy estaría nerviosa esperando noticias.
Grace y su marido prepararon la habitación más confortable y tranquila que tenían en su pequeño hostal. Dejaron los platos de comida sobre la mesa y después subieron a Caleb hasta allí, que aunque aún parecía estar muy lejos, después de la visita del médico por fin había aparecido un pequeño brillo en sus ojos oscuros. El matrimonio decidió que no le molestarían, le dejarían solo recapacitando, y cuando estuviese listo sería él quien pronunciara palabra para pedir lo que fuera que pudieran hacer por él.
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A un día le siguió otro, y otros más... Caleb no se movía de la cama, miraba el techo sin ser consciente, sin estar dentro de sí mismo. De vez en cuando parecía despertar de su estado al quejarse su cuerpo por el hambre y comía algo de lo que Grace dejaba siempre sin molestar frente a su puerta. Comía sin ganas ni apetito, pero su estómago bailaba alegremente cada vez que se encontraba satisfecho.
El invierno llegó con fuerza un par de semanas después. El doctor había visitado a Caleb en periodos de dos o tres días, físicamente se había recuperado, pero su problema era mucho más profundo y difícil de tratar, pues el muchacho no ponía nada de su parte para superar lo ocurrido, le tomaría tiempo, mucho más tiempo del necesario. Necesitaba pensar y recapacitar sobre su propia vida.
Un día en el que pequeños copos de nieve caían aumentando el frío de las oscuras calles, Grace se decidió a entrar a la habitación de Caleb para hablar con él. La mujer estaba convencida de que con una buena charla le animaría, pero la cama estaba vacía, perfectamente hecha y todo recogido de manera impecable. Sobre la almohada vio un pequeño y arrugado papel.
«Gracias por todo, espero volver a veros algún día».
Una frase escrita en hermosa caligrafía que jamás habría pensado la mujer, pertenecía a un joven de los barrios más bajos y hostiles. Soltó un suspiro y guardó la nota, pues aunque no habían hablado ni estrechado lazos, realmente había cogido cariño y aprecio a aquel pequeño cordero perdido. Sintió su marcha, la sintió profundamente... pues sin darse cuenta acabó deseado que Caleb se quedara con ellos, que mejorase y se convirtiese en miembro de su familia. Pero él había escogido su camino, rogó porque aquello le sacase del oscuro y tétrico pozo en el que se había sumido, y también por volver a verle de nuevo, la próxima vez, con una sonrisa en el rostro.
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Las estaciones se sucedieron una detrás de otra. Un nuevo invierno dio paso a la templada y verde primavera.  Caleb tenía por aquel entonces casi veinte años, había superado lo ocurrido, pero no había vuelto a confiar en absolutamente nadie. Incluso si le tendía la mano con cariño y buena fe, lo rechazaba por completo. No quería crear más vínculos con nadie, no era capaz de creer a nadie... y la soledad se había vuelto una parte esencial de su vida.
Con el suceso de Jacob olvidado en toda la ciudad gracias al transcurso de los años, Caleb había vuelto a donde empezó, a trabajar en el puerto. Con sus conocimientos podría haber logrado un puesto mucho más alto en una buena zona de la ciudad, cualquier persona de clase alta lo habría contratado, pero acercarse a aquella zona... simplemente no podía. Y en el puerto la gente no le molestaba, apenas se metían en su vida al ver su expresión, y nadie preguntaba sobre un pasado demasiado doloroso cuyo simple recuerdo le partía en pedazos por dentro.
Uno de aquellos días hubo más trabajo que de costumbre, Caleb se quedó hasta el anochecer con alguno de sus compañeros, y finalmente fue el último en descargar las tres grandes y pesadas cajas que quedaban. Cuando terminó suspiró y alzó la cabeza para dejar que una gigantesca luna llena no solo se reflejara en el mar, sino también en sus ojos negros. Se quedó allí unos instantes, comenzando a sentir una nostalgia que no comprendía. La madera crujió a su espalda, escuchó el sonido de unos zapatos que reconoció de mujer, los tacones de fabricación exquisita producían un sonido elegante que le provocó escalofríos. Se giró automáticamente con el ceño fruncido y todo su cuerpo tenso, a la defensiva... y la luz de la luna la iluminaba como a un ángel. Abrió la boca un poco por la impresión, no podía ser real, definitivamente se había vuelto loco.
Con un elegante vestido confeccionado por los mejores modistos, los colores azulados reflejaban la luz que caía sobre ella. El pelo que antaño sólo vio enmarañado estaba ahora peinado, limpio y tan largo que la vista se perdía. Hermosa no era una palabra para describirla, se quedaba corta...
Los labios pintados con un perfecto color rojo mostraban una sonrisa, su posición era perfecta, toda ella lo era.
—Ma... ¿Madre?
—Mi pequeño Caleb. Ha pasado un largo... largo tiempo.
Su voz también parecía diferente, aunque podría ser porque era la primera vez que le hablaba sin gritos.
¿Cómo había cambiado tanto? ¿Por qué vestía de aquella manera? Su cabeza se llenaba de preguntas, su corazón se encendía por la nostalgia de un amor que nunca tuvo... Todos los sentimientos que creyó habían desaparecido desechados como si fueran un desperdicio afloraron de nuevo en su interior agitándole por completo. Estaba allí, era su madre y parecía normal.
—Ven Caleb —su sonrisa no desapareció. Alargó los brazos hacia él invitándole.
Sus piernas dieron un paso inconsciente, después otro. Parecía un títere incapaz de controlar aquellos sentimientos que resurgieron dejando su mente en blanco, caminó hasta ella para caer de rodillas al tiempo que sentía un agarre en el cuello. Hundió la cara en la pomposa falda y su olor dulce le revolvió por dentro una vez más. Aquel pequeño contacto pareció barrer todo lo malo que se escondía en la oscuridad de su alma. Esperanza... era la primera vez que sentía de forma tan fuerte aquello. ¿Podría al fin tener una madre a la que amar y que le amase? ¿Al fin la suerte, la dicha y la felicidad habían tropezado con él?
Suplicó al cielo que así fuera...
Un jadeo se deslizó por los labios de Caleb y sus manos se aferraron con mayor fuerza a la tela, cuando un potente dolor le recorrió haciendo que se tambaleara sobre sus propias rodillas.
—Ya no puedes huir Caleb, no hay manera de escapar de un demonio —la escuchó susurrar con voz dulce—. Nunca debiste haber nacido, no culpes a tu madre por querer arreglar su error.
El dolor se hizo más agudo, hasta cortarle la respiración e impidiéndole incluso hablar. Pero aunque quiso no había respuesta, no había palabras para responder a aquello.
«Ingenuo y estúpido». Pensó su voz interior riendo.
Siempre se había aferrado a la vida de forma inconsciente con una esperanza que mantuvo la llama encendida lejos de sus propios ojos, pero de un soplo se acababa de apagar, su vida llegaba al final y no le importó, no quería vivir más. No quería sufrir más. Era el momento de rendirse, de descansar... porque estaba muy, muy cansado...
Ni siquiera iba a pedir explicaciones, ella le dio la vida y tenía derecho a quitársela. Sin embargo, le entristecía aquel desenlace, se arrepintió de haber escapado aquella noche, tendría que haber dejado que aquel cuchillo que su madre empuñaba se clavara en su carne atravesándole el corazón, y es que de ese modo no habría tenido que vivir todas las cosas que vinieron después.
Otra oleada de dolor que pareció partirle el brazo le hizo caer al suelo de espaldas. La madera crujió bajo el peso de su cuerpo y el vestido manchado de sangre brilló con intensidad. Alzó la mirada para ver a su madre. Sí, realmente se había vuelto muy hermosa... Le gustó su sonrisa, que no había desaparecido y seguía dirigida por fin a él, solamente a él. Ella no habló, se acercó arrodillándose y Caleb sintió cómo la tela de su vieja camisa se desgarraba para dar paso a su piel. El dolor era casi insoportable, el olor de su propia sangre llegaba hasta su nariz... pero ya se había rendido, no tenía fuerzas para seguir luchando por una vida que no merecía la pena y que carecía completamente de sentido.
Una mano cálida acarició su mejilla e instintivamente cerró los ojos disfrutando por primera vez en su vida de aquel gesto que para otro, no habría tenido mayor relevancia, pero que para él fue algo tan grande que sus ojos se empañaron. Después llegó la soledad, los pasos la alejaron de él a la espera de una muerte que pronto le alcanzaría. No quiso estar solo, deseó que ella se quedara junto a él hasta exhalar su último suspiro, pero se marchó dejando que un aire frío le atravesara. Caleb podía sentir cómo sus lágrimas se deslizaban abriéndose paso a través de la sangre que le cubría por completo.
¿Por qué había nacido? ¿Para qué?
Ni siquiera recordaba haber sonreído con sinceridad ni una sola vez en su vida... La verdadera felicidad no había hecho acto de presencia en sus casi veinte años. Solo había recuerdos de miseria, de una felicidad que estaba a punto de alcanzar y que le arrebataban sin haberle dejado saborear o disfrutar. La vida era odiosa, la gente era odiosa...
La madera volvió a crujir haciendo que sus latidos se acelerasen aún más, y a punto de pararse pareció volver a la vida. ¿Ella regresaba arrepentida por haberle abandonado? No. La cara que apareció difuminada por las lágrimas no era conocida. Nunca había visto a aquel hombre de ojos rojos, y ahora que lo pensaba... ¿No los tenía también su madre de aquel perturbador color?
—Caleb —escuchó decir al desconocido—. Tu madre te ha quitado la vida, yo te la devolveré. Seré tu padre, te mostraré todo lo que deseas ver y sentir.
Una pregunta intentó deslizarse por su garganta, pero la sangre que comenzaba a amontonarse allí, se lo impidió casi ahogándole. Nada de lo que acababa de escuchar tenía sentido, ¿pero qué más le daba? Si lo último que iba a escuchar eran las palabras de un loco, lo aceptaría.
El tiempo pasaba de forma extraña, en realidad Caleb tenía la sensación de que se había parado por completo. Sus ojos ya no eran capaces de ver nada, pero sí que sentía como el misterioso individuo le movía con suavidad para colocarle cómodamente. Al momento sintió una punzada, pero después del dolor que había sentido y seguía sintiendo su cuerpo, casi ni se percató. Algo se derramó entonces sobre su boca, deslizándose lentamente por sus labios hasta llegar al interior de su boca, y no reconoció ningún sabor, tal vez porque ya estaba inundada por su propia sangre.
—Bebe muchacho —ordenó—. Tienes un gran futuro por delante.
Tragó con dificultad asqueado por el sabor metálico de la sangre amontonada, y en apenas unos segundos comenzó a sentir su cuerpo en llamas. Le ardía cada centímetro de piel y el ardor se concentraba en las zonas en las que su carne estaba desgarrada hasta el músculo. Si el infierno existía, estaba seguro de que acababa de atravesar sus puertas, porque el dolor que llegó con una horrorosa oleada superaba por completo al que le provocó el ataque de su madre.
Gritó, se revolvió y finalmente murió con un terrible sufrimiento.
A saber si entró en alguna clase de extraño sueño... Toda su vida fue apareciendo con un oscuro fondo que parecía no tener fin. Cada recuerdo doloroso reaparecía de una forma tan real que era como una puñalada, la imagen nítida de sí mismo sufriendo una vez, y otra y otra más... sin lograr encontrar una estabilidad duradera, una pequeña felicidad que le impulsara a seguir viviendo le ahogó en las profundidades de su propio ser.
Ilustración del libro II. Por LuiferBlack

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El canto de los pájaros, el sonido de la brisa y los olores de un nuevo y frío amanecer...
Abrió los ojos confundido. El sonido de su piel rozando las suaves sabanas se escuchaba tan claro que pensó que seguía dormido, pero no... lo notaba, podía sentir cada cosa que le rodeaba, incluso el vuelo de una pequeña mosca que había escapado a los primeros coletazos del invierno.
Cada segundo transcurría y él se sentía más extraño consigo mismo. Se incorporó llevándose una mano a la cabeza, todo le daba vueltas, y cuando miró la habitación nueva para él, vio que su propia visión era diferente. Inexplicable de qué forma observaba ahora el mundo, ¿parecido a un animal? Tal vez.
Pequeños flashes trajeron los recuerdos del ataque sufrido a manos de su madre, lo cual le hizo pensar si realmente había ocurrido, ¿seguía vivo después de aquello? Se miró el torso desnudo, había vendas alrededor de toda la parte superior y cada una de ellas estaba empapada con un color rojo que indicaba que sí, seguía vivo. En aquel momento de confusión la puerta se abrió y entró un hombre de grandes proporciones, entrado en edad y al que ya había visto. Estaba seguro de que era el desconocido que llegó para ver sus últimos momentos de vida, para escuchar sus últimas palabras y para acompañarle en su último viaje.
—Sé que estás confuso —habló antes que Caleb. Se acercó y se sentó en una elegante silla de madera—. ¿Recuerdas tus últimos momentos de vida?
Frunció el ceño desconfiado, ¿qué quería decir con «sus últimos momentos de vida?». Él seguía allí. Automáticamente su mente comenzó a trabajar en los recuerdos, él se había ofrecido como padre... le había dado de beber su sangre y le había dicho que tenía un gran futuro por delante. Después llegó el insoportable dolor y finalmente la oscuridad, había muerto entre sus brazos, tan grandes como lo de un oso.
—Yo... ¿morí? —el desconocido asintió— ¿Cómo es posible? Estoy aquí.
—¿Y te sientes igual, muchacho? —Caleb enarcó la mirada pensativo— No sientes el latido de tu corazón, tu respiración se debe a un acto reflejo de tu propio cuerpo. Ya no eres humano Caleb, ya no vives.
El hombre se levantó de la silla, que al verse liberada de su pesado cuerpo  chirrió y se acercó a una mesilla de noche. Tras coger un espejo grande forjado en lo que parecía plata, se lo entregó a Caleb.
—Mírate —ordenó.
Lentamente lo puso frente a él, le pareció tan ligero que resultaba imposible que estuviera hecho de cualquier tipo de metal. Ahogó una especie de pequeño grito, porque el chico que le devolvía la mirada no parecía ser él, al menos no en todos los sentidos. La mirada oscura y fría se había convertido en roja y fiera, los reflejos azulados de su pelo se habían potenciado y las facciones de su cara eran más suaves y hermosas.
—Eres... ¿Alguna clase de hechicero? —preguntó lentamente apartando el espejo para fijar la vista en él, que soltó una risotada ronca y larga.
—Claro que no Caleb. Me llamo Amadeus, y lo que soy lo eres tú también ahora. Ya no estamos vivos, no somos humanos.
—No te entiendo.
—Lo harás. Ya puedes quitarte las vendas de tu cuerpo, aunque se han curado, te las hizo un vampiro siendo humano, por lo que quedarán marcas.
—¿Vam...piro? —frunció el ceño recordando la imagen perfecta de su madre. Ahora su propia imagen también lo era, y sus ojos igual de rojos— ¿Yo también lo soy?
—Así es. Yo te convertí —estudió a Caleb unos instantes y percibió la pregunta que estaba a punto de escapar por sus labios—. Llevo observándote desde que supe de tu existencia, sin embargo no era el único, tu madre también lo hacía. Es la razón por la cual no pude acudir antes en tu ayuda, lo lamento profundamente —confesó con sinceridad—. No sé porqué, pero desde el principio despertaste en mí un sentimiento demasiado profundo, me sentí como si fuera tu padre. Deseaba realmente ayudarte, enseñarte...
—Todo esto es...
—Sé cómo te sientes, pues yo en su día estuve como tú de confundido.
—Somos monstruos —añadió.
—Los humanos también lo son —comentó sorprendiendo a Caleb—. Deja que te cuente en qué te has convertido; eres el ángel de la muerte. Tu fuerza, tu inteligencia... absolutamente todas y cada una de tus características han aumentado en más de cien veces. Ahora eres capaz de partirle el cráneo a un hombre sin apenas esfuerzo. Sólo hay una cosa, un pago a nuestra no-vida; tu alimento será la sangre humana. Matarás, y disfrutarás haciéndolo hasta que logres alcanzar tu camino y definirte como el nuevo ser que eres. Tendrás que decidir qué clase de vampiro vas a ser, pero para llegar a eso, tendrás que derramar mucha sangre, porque tu odio es grande e incontrolable.
Odio... sí, en su corazón había tanto odio acumulado por todos los que le rodeaban que supo al instante lo que pasaría. La venganza caería sobre todos como la afilada punta de la espada de Damocles. Atravesaría sus corazones lleno de gozo, el sufrimiento que ellos habían provocado en él sería imitado y aumentado hasta que su respiración parase llevándoles a la muerte.
—Puedo ver en tus ojos la sed de venganza. Piensas en quienes te han dañado a lo largo de tu vida... No voy a parar tu venganza, pues al beber tu sangre y tú la mía, se han creado las «Melodías de la Sangre», he visto todo lo que hay en tu interior y tú verás un día lo que hay en el mío. Ve a por ellos muchacho, pero no dejes pistas sobre ti ni sobre lo que eres, debemos permanecer en las sombras de lo desconocido. Tu cuerpo ya está listo.
Sin dejar que Caleb pudiera decir o preguntar nada, salió de la habitación dejándole a solas. Amadeus no era un vampiro que disfrutase con la muerte, había superado aquella fase hacía mucho tiempo, pero no podría interponerse en lo que debía ocurrir, había visto horrorizado lo que había pasado y, sabía que Caleb jamás se recuperaría mentalmente si no daba caza a aquellos que habían roto su corazón y pisoteado sus esperanzas hasta casi convertirle en un recipiente vacío. No eran inocentes, no eran buenas personas... sólo eran la inmundicia de la humanidad en estado puro.
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Caleb se pasó el día entero allí tumbado, apenas se movió y es que digerir tantas cosas era complicado, tanto que llegó a pensar que se había vuelto loco. Estaba muerto, era un vampiro y todo era real, no un oscuro sueño. La sed no tardó en apoderarse de su garganta cuando el sol desapareció, bebió agua en abundancia pero no le saciaba, y aunque le costó darse cuenta, finalmente cayó en la conclusión de que era sed de sangre. Supo en seguida quien ahuyentaría su sed, no sólo la de sangre, también la de venganza. Abrió la ventana de par en par y aspiró el aroma nocturno de aquella noche de luna llena. La nieve ya cubría las esquinas y la temperatura no cambiaba en su cuerpo, no sentiría frío ni caminando desnudo por medio de Londres en pleno invierno.
Saltó hasta la calle por puro instinto, sin pensar en sus acciones. Nada, ni se rompió un hueso ni se tambaleó, fue una caída completamente perfecta. Rió, rió sin poder acallar su voz que resonó con fuerza avisando a Amadeus de que pronto un río de sangre correría tiñendo la blanca capa de nieve.
Suspiró y comenzó a caminar bajo la protección de la noche, su destino no estaba lejos, pero iba a disfrutar de aquella tranquilidad antes de desatar al demonio dormido en su interior. Unos quince minutos después ya estaba frente a la casa cuyo agradable recuerdo había sido manchado, destrozado y pisoteado. Observó la ventana del centro, allí estaba la habitación que ocupó Jones una vez y que ahora disfrutaba su hija avariciosa y macabra. Sí, ella sería la primera en probar su ira, después llegarían más, muchos más...

Emily dormía plácidamente en la gigantesca cama. Había cambiado toda la decoración a su gusto. Seguramente ni había esperado a que el cuerpo de su padre se enfriase. Caleb se movía con tal sigilo que incluso el gato más cuidadoso del mundo le envidiaría.
—Mocosa... —susurró subiendo a la cama lentamente hasta ponerse sobre ella— Tendrás suerte de tener una muerte rápida.
Caleb movió levemente la cama con la intención de que su primera víctima despertase para encontrarse con sus ojos furiosos y sedientos de sangre. Jamás olvidaría aquella cara de terror.
—Hola Emily —casi sonrió—. ¿Sorprendida de verme?
—¿Qué..? ¿Cómo? Deberías de estar...
—¿Con tu amigo el Conde? —continuó a sus palabras— Oh, lo estuve, con él y sus amigos. Te atreviste a venderme como si fuera un objeto.
—Estúpido —intentó aparentar fortaleza, pero el olor de su miedo la delató.
—¿Unas últimas palabras antes de que te mate? —se interesó con frialdad— ¿No?
Ella le escupió y al momento cogió aire para gritar y alertar a los empleados que dormían apaciblemente, pero Caleb no dejaría que trastornara sus sueños, le tapó la boca con fuerza y ella comenzó a retorcerse como una culebrilla atrapada.
—No Emily. Morirás esta noche y pagarás tus pecados. Mataste a tu padre, que era un buen hombre y me vendiste a un sádico sabiendo lo que iba a ocurrir... Acepta las consecuencias de tus actos.
A la mañana siguiente, una pobre muchacha que llevaba el desayuno a su señora gritó despertando no sólo al resto del servicio, las casas de alrededor también escucharon atónitos a la chica. La habitación estaba completamente inundada de sangre, el color blanco elegido por Emily para adornar la estancia perdió su pureza tiñéndose de un rojo profundo y brillante. Su cuerpo destrozado seguía en la cama con los ojos y la boca abiertos por completo expresando el terror que había vivido antes de morir.
Ya se había desatado, sería difícil parar el círculo vicioso en el que se acababa de adentrar... porque se encontraba en su nueva habitación disfrutando de los recuerdos de la noche anterior, del horror que había creado, de su venganza... Pero en su lista había nombres para los que tenía que preparar algo mucho más intenso, más terrorífico y sobre todo, más doloroso. El Conde y sus secuaces serían los siguientes. Y la esperanza de encontrar a Phil algún día despertó en su corazón muerto. Su traición, aquella por la que Jerry murió de una forma terrible no quedaría sin castigo.

La muerte de Emily había revolucionado todo Londres. Los rumores de la macabra escena habían despertado la imaginación de todos, que hablaban del asesino describiéndolo como una horrible bestia salida del mismísimo infierno, porque aquello desde luego, no era obra de un ser humano.
Amadeus no dijo nada al respecto, se limitó a seguir explicándole a Caleb cosas sobre aquello en lo que se había convertido. Le enseñó a esconder sus ojos rojos con unas gotas especiales, devolvían durante unas horas su color original, pero había que tener cuidado porque volvían a su nuevo estado con rapidez.
Caleb absorbía toda la nueva información que llegaba a su cerebro. Cada noche salía en busca de una víctima para saciar su sed, que llegaba a ser incontrolable en aquellos primeros días, algo normal según le dijo Amadeus. Lo que no le contó es que había dos caminos, o reaccionaba su parte humana, o lo hacía su parte de vampiro. Era como dividir algo en dos mitades, una de ellas debía obtener la mayoría y era exactamente aquello lo que le definiría el resto de su vida.
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Más de un mes después de su transformación, Caleb paseaba por las calles de las zonas más lujosas de Londres con dos de sus compañeros. Siempre la misma rutina, observaba a la gente, buscaba y llegaba a desesperarse. No conocía el nombre de aquel grupo de hombres, no conocía su localización... solo la del Conde, pero él sería el plato final de su venganza, porque a él le había preparado algo especial cuyos recuerdos le harían disfrutar el resto de su vida, alimentando el odio y el rencor que aquel verdugo creó en su corazón muerto.
Cansado de la vigilancia, logró deshacerse de los dos hombres que le había impuesto Amadeus y se encaminó a los muelles, probaría suerte con otro de los nombres de su lista. No se había olvidado de Phil ni de su traición. Por su culpa él mismo estuvo a punto de morir, y precisamente por salvarle, Jerry acabó quemado hasta la muerte. Sufrió, aún recordaba la mirada de terror en sus ojos mientras le gritaba que se fuera.
—Es él... —susurró sin poder acallar su voz.
Estaba más mayor y con el pelo casi completamente blanco... pero le reconocería incluso en el infierno.
Le vigiló durante todo el día. Lo mejor de ser vampiro era no sentir el paso del tiempo como el resto de mortales, podía quedarse allí de pie sin moverse un solo milímetro durante días, que no notaría ningún cansancio. Cuando su jornada de trabajó terminó y salió del puerto, Caleb siguió sus pasos de cerca, paró en una taberna para cenar y veinte minutos después salió con el paso un poco inestable, signo de que acababa de tomar una jarra de más. Subieron calles empinadas, oscuras y húmedas, atravesaron callejones solitarios y peligrosos hasta que finalmente Phil entró por una vieja puerta medio podrida que Caleb supo al instante, destrozaría con un solo toque.
Espero unos instantes allí quieto como una estatua, intentaba poner algo de orden en su mente que comenzaba a volverse caótica por la emoción que le embriagaba. Bendita suerte, el juramento que se hizo a sí mismo se cumpliría.
La oscuridad reinaba dentro de la casa, pero aquello no era un inconveniente para alguien que seguía siendo capaz de ver, de distinguir y oler.
—Llevas mucho tiempo siguiéndome —escuchó la voz ronca de Phil llegar desde alguna oscura esquina—. No sé quién diablos eres, pero sal de mi casa antes de que te mate.
En un primer momento, Caleb se sorprendió, había sido sigiloso, y aún así le descubrió... aquello era algo que definitivamente no se repetiría.
—Ha pasado mucho tiempo Phil. Veo que has llevado una vida tranquila —tras la sorpresa inicial, Caleb volvió a la fría normalidad. Comenzó a caminar fuerte para que escuchara sus pasos seguros chocando contra la madera—. Pero tus pecados no han quedado en el olvido de todos, no de mí.
—No sé de que mierda hablas muchacho. Si no te vas inmediatamente te sacaré las entrañas y se las daré a los perros.
—¿Crees de veras, ser capaz de tal hazaña? —rio saliendo del amparo de la oscuridad que le había mantenido oculto.
Definitivamente, la expresión de Phil fue un gran pago a la espera. El oxidado cuchillo de grandes dimensiones que sujetaba con el fin de defender su patética vida calló clavándose en el suelo de madera.
—Tú... ¿eres Caleb? Estás vivo.
—Digamos que no del todo. Dime Phil —comenzó a dar tranquilos pasos hacia él. Con las manos colocadas a la espalda mostraba una pequeña sonrisa en la cara—. ¿Has tenido unos felices años? Los años que le robaste a Jerry —acabó haciendo desaparecer la sonrisa y poniéndose serio.
—Caleb, yo... Me asusté.
—Mentiste.
—¿Es que mi vida no valía nada?
—No más que la suya.
—Eres... —cuando Caleb se pegó a él, le vio a la luz de las velas, el rojo de los ojos que le perforaban con un odio desmesurado apenas le dejaba respirar— Un monstruo...
—Así es.
Ya no era necesario hablar, estaba aburrido del miedo que se reflejaba en sus ojos. Phil siempre fue un cobarde, y tampoco tenía ganas de escuchar sus llantos o de aguantar sus súplicas. Él no merecía el perdón de nadie.
Le agarró la cara con una mano firme, tapándole la boca para evitar escuchar un estridente grito que podría poner en peligro su meta.
—Seré clemente esta vez —susurró acercándose a Phil—. Nuestros años de amistad te otorgarán una muerte rápida, debes estar agradecido.
Sintió como Phil intentaba negar con la cabeza pidiendo clemencia con desesperación, pero no había nada en el mundo que le librase de su destino. Bastante difícil fue tomar aquella decisión, pero los recuerdos cayeron sobre él aplastándole, y supo que a Jerry no le gustaría que se dejase llevar por la venganza. A pesar de ello, su destino era morir aquella noche, y vivió unos cuantos años más de lo que le tocaba, ahora llegaba el momento de despedirse.
—Adiós Phil...
Phil logró proferir un gruñido a pesar del grito ahogado por la fuerza que ejercía Caleb en su cara. El cráneo se rompió en su mano con un sonido seco, extraño y casi melodioso. La sangre salió a borbotones y Phil apenas sufrió unos segundos. Cuando le soltó, el cuerpo cayó chocando contra el suelo y los ojos ya sin vida del segundo nombre tachado de su lista se clavaron en Caleb, que se giró dejándolo allí sin sentir absolutamente nada por él.

El peso que tantos años había llevado se aflojó levemente, pero aún le ahogaban los recuerdos y el odio hasta envenenarle. El Conde... solo su muerte sería suficiente para volver a equilibrar la balanza.
—El castillo... —murmuró mirando por la ventana.
Era el momento de ir al lugar en el que ocurrió todo, habían pasado un par de semanas desde la muerte de Phil y no había logrado descubrir nada de aquellos hombres acomodados que, junto al Conde, le torturaron tan cruelmente. Por lo que sin saber cómo investigar sus datos y paradero, optó por su única opción viable.

—Lo he visto Caleb —escuchó de pronto con sorpresa.
Cuando apartó los ojos de la ventana, vio a Amadeus sentado en la cama, observándole con el semblante serio y oscurecido. Un hombre de su tamaño... aún le sorprendía su sigilosa forma de moverse. Si él no quería, absolutamente nadie sería capaz de escucharle.
—¿De qué hablas? —preguntó acercándose a él
—De tu oscuridad.
Entornó la mirada confuso, no tenía ni idea de lo que hablaba, y es que cuando se ponía tan misterioso, tenía tendencia a usar incluso una especie de acertijos.
—¿Recuerdas que te conté, que en ocasiones podíamos ver los recuerdos de algunos individuos? —preguntó enarcando las cejas.
—Sí... —murmuró Caleb un poco confuso— Las melodías de la Sangre.
—He visto esta noche, lo que te ocurrió —repitió—. No dejes que eso marque tu futuro hijo. Es difícil controlar el odio, pero si permites que gane la batalla, estarás perdido.
—¿Insinúas que no haga nada? —la pregunta mostró la irritación que Amadeus acababa de provocarle.
—En absoluto, lo que esos humanos te hicieron debe ser castigado —se levantó para caminar hacia Caleb. Agarrándole de los hombros intentó reconfortarle un poco, pero clavó los ojos rojos en él joven avisando—. Lo que quiero decir, es que estás a un paso de que la oscuridad te engulla, lo perderás todo, no habrá futuro porque deberé matarte —avisó haciendo que Caleb frunciese el ceño—. Si eso ocurre, te convertirás en un peligro para todos. Ten calma y paciencia, dejaré que lleves a cabo tu venganza, pero a cambio viajarás para reunirte con un amigo que te enseñará todo lo que necesitas. ¿Aceptas?
—Sí.
—Muy bien, entonces te ayudaré, partamos. Esta noche la sangre correrá.
Las palabras de Amadeus sorprendieron a Caleb, esperaba su permiso, pero no que fuera a mancharse las manos de sangre por él... aquello hizo aparecer un extraño calor en su pecho, y aunque un poco desconcertado, lo agradeció en silencio con una sonrisa casi imperceptible que solamente alguien del nivel de Amadeus hubiera sido capaz de ver.

A medida que se acercaban a su destino, la tormenta fue aumentando peligrosamente, tal y como aquel día... Traía a la mente de Caleb recuerdos que había intentado aplastar en el fondo de su mente, pero los sonidos de los truenos, el olor a tierra mojada y la imponente mansión frente a sus ojos, le estaban volviendo loco de ira.

—No hay vuelta atrás —susurró Caleb mientras llegaban a las pequeñas casas en las que vivían los trabajadores—. No tienes porqué hacer esto...
—Debo y lo haré —la respuesta fue firme y llena de decisión—. Eres mi familia, mi hijo.
Cierta emoción se agarró a la garganta de Caleb con aquellas palabras que jamás había escuchado, pero se tragó los sentimientos que le acababa de provocar.
—Vamos... —La decisión de sus palabras menguó cuando un rayó impactó cerca. Caleb frunció el ceño nervioso, pues acababa de escuchar algo que se dijo, tenía que ser producto de su imaginación.
—También lo he escuchado —respondió Amadeus observando el basto lugar, buscando el sitio del que provino el sonido.
No había sido su imaginación, y darse cuenta de ello era mucho peor de lo que admitiría. Estaba volviendo a pasar, ambos habían escuchado un grito... un grito de muchacho.
La ira pronto comenzó a recorrer por las venas como si fuera su propia sangre. Se lanzó hacia el edificio, pues sabía exactamente el lugar en el que estaba sucediendo, la misma torre en la que le destrozaron a él, la misma tormenta, el mismo horror... aquella sería la última vez que hicieran sufrir a alguien, pero el impacto por ver la dantesca escena le paralizaría.
Nada más posarse en la ventana, pudo ver en la oscuridad. Era como verse a sí mismo, en la misma posición y con las mismas manos sobre su piel. El joven muchacho era un niño, mucho más pequeño de lo que él fue. Dio gracias a que Amadeus estuviera a su lado, porque aquella imagen no le permitía mover los pies.
—Se supone que nosotros somos los monstruos... —escuchó susurrar a Amadeus. Su voz paró a los hombres, que asustados, se afanaron en encender el fuego de las antorchas.
—¿Quién diablos eres? —preguntó el Conde molesto— Si la muerte es lo que deseas con esta interrupción, será lo que halles.
—¿Bromeas? —preguntó el anciano acercándose a ellos— Ese será vuestro destino.
Con un nuevo aliento de valentía gracias a la presencia de Amadeus, Caleb saltó de la ventana dejándose ver. Previó al momento que le reconocían, las sorpresa en los ojos de todos brillo, especialmente en el Conde, que no pudo reprimir una sonrisa mientras comenzaba a aplaudir.
—Os diré lo que va a pasar —comenzó el Conde mientras el resto reía con confianza al tiempo que sacaban las armas—. Mataremos al viejo, y Caleb volverá conmigo. Debo decir que espero que tu hermoso aspecto se deba a mí.
Las náuseas y un miedo que hacía mucho que no sentía se agarraron a los intestinos de Caleb, que de pronto volvió a sentirse un niño, vulnerable y aterrado. Sin embargo, el brazo de Amadeus se estrió frente a él, como si se tratase de una férrea protección. Sus actos aflojaron la tensión de su cuerpo.
—Os diré yo lo que ocurrirá. Moriréis, aquí y ahora —respondió Amadeus provocando las carcajadas de los presentes—. Sois tan ineptos que no veis lo que hay frente a vosotros. Caleb —le llamó—. Saca a esa pequeña criatura de aquí, yo me ocuparé.
—Pero... —repuso, pues era su venganza.
—Te dejaré al que te interesa, pero ahora saca al niño.
Dudó unos segundos, incluso llegó a molestarse profundamente porque le arrebatase su venganza, pero después miró de nuevo al pequeño con la ropa rasgada, las lágrimas caían por sus ojos como un verdadero y aterrador mar en tormenta, y supo entonces qué era lo correcto. Había sufrido demasiado como para ver lo que estaba a punto de acontecer.
Asintió y se acercó al niño, nadie se movió un solo centímetro, el niño ya no importaba, el Conde solo tenía ojos para Caleb, y su hambre por él pronto afectó a su cordura. Dejaron que lo sacase de la estancia.
Corriendo todo lo que pudo, supo dónde tenía que llevarlo, al igual que le salvaron a él, ayudarían al pequeño.
Los golpes contra la puerta atrajeron a una asustada Angy, que al ver a Caleb allí, más mayor, sintió que era un espectro que volvía por algún motivo.
—No tengo tiempo, cuida del niño. Ten —se metió la mano al bolsillo y sacó un pesado saco lleno de monedas. Era la única manera en la que pensó, podría pagar el peligro que corrieron por él, era algo que tenía pensado hacer tras la venganza, pero debía ser ahora. También se llevó las manos al cuello y se quitó un colgante de oro, se lo entregó a la mujer, que le observaba atónita, como si los ojos rojos de Caleb la engullesen— Dale a Anthony también, ahora debo irme, el Conde va a morir esta noche, quedaos todos en casa.
—¡Caleb! —le llamó la mujer— Perdónanos a todos, sabíamos lo que iba a ocurrir, pero el miedo nos venció... —con lágrimas en los ojos, se aferró al brazo de Caleb.
—Nunca os he culpado Angy. Gracias.
Tal y como llegó, se marchó dejando al niño, que ya estaba inconsciente. La prisa apremiaba.
Llegó a la torre como un suspiro invernal para ver la sangre manchando las paredes, cayendo a borbotones por la piedra y al Conde agazapado y aterrado en una esquina.
La carnicería... nunca pensó que alguien tan tranquilo como Amadeus sería capaz de una barbaridad de aquel calibre, ni él habría provocado una escena como aquella. El respeto por su padre adoptivo creció en aquel momento.
—No quieres... no quieres hacer esto Caleb —suplicando, se podía las manos delante con la esperanza de protegerse.
—No te atrevas a dirigirte a mí.
—Vamos... lo pasamos bien...
El asco volvió a inundarle. ¿Pasarlo bien? ¿Cómo tenía la desfachatez de decir eso?
—En el fondo me das pena... —murmuró de pronto parándose a unos centímetros de donde estaba el conde.
Caleb se agachó quedándose de cuclillas. Si dijese que no estaba disfrutando con la expresión de aquel maldito monstruo, mentiría de forma descarada, solo esperaba que su miedo fuese tan solo la mitad de lo que él mismo sintió. Sin ganas de perder más tiempo, estiró la mano poniéndola en el pechó del Conde, sintiendo así el latir de su corazón, que estaba cerca de matarle por la vertiginosa velocidad. Su respiración entre cortada era una melodía para Caleb.
Comenzó a presionar más rápido de lo que le habría gustado. En unos segundos el Conde comenzó a revolverse e intentar apartar la mano de Caleb, pero su fuerza era una minucia comparándola con la de un vampiro.
«Crac». El sonido de las costillas rompiéndose casi le devolvieron la vida a Caleb, que sin parar el avance, llegó al fin a atravesar la carne. Sin apartar la mirada de aquel hombre, que le respondía con terror mientras la sangre comenzaba a deslizarse por los labios llegó a su destino, el corazón del Conde estaba literalmente en sus manos, y aún vivo, sentía el latir chocando contra sus dedos.
—Da gracias de que no te haga sufrir más —casi escupió tirando de pronto para arrancarle el órgano sin dejarle proferir un solo sonido.

La sangre de todos aquellos que habían apuñalado su corazón con saña formaba ya un extenso río. Pero Caleb continuaba sediento, su nueva furia como vampiro comenzaba a controlarle, y él era consciente de lo que le estaba ocurriendo, porque estuvo a punto de devorar a una inocente niña que nada le había hecho. Preocupado por aquellos sucesos, Amadeus recurrió a la promesa que Caleb le hizo para poder llevar a cabo su venganza; mandaría a Caleb a la más profunda Asia. Allí había un joven que pasó por lo mismo que él tiempo atrás, con sabiduría había logrado superar la oscuridad de su corazón y con orgullo se había convertido en un magnífico guerrero. Yong era la persona adecuada para inculcarle a Caleb una nueva filosofía de vida, pero especialmente era el mejor para enseñarle todo cuanto iba a necesitar en el futuro.


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