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Melodía Nº 2 Hecatombe
El lugar estaba oscuro, la tranquilidad era absoluta y la iluminación casi nula. El techo se resquebrajaba dejando entrar la escasa luz de fuera. Unas rocas se desprendieron cayendo sobre el panel de mandos, apretando varios botones y dejando escuchar un sonido sordo que retumbo rompiendo el silencio sepulcral del lugar.Una cámara que en el pasado deslumbró con su color blanco, se había teñido de un tono verde mugriento y, comenzaba a perder la tonalidad cristalina del interior, el hielo de la criogenización desaparecía rápidamente gracias a la solución de un gas creado específicamente para aquel fin. Tras unos minutos, el proceso acabó y la escotilla superior se abrió ligeramente expulsando oxígeno y levantando la espesa capa de suciedad que cubría toda la estancia. Dentro, apaciblemente dormida, se encontraba una joven mujer que comenzaba a mover las extremidades. Abrió los ojos lentamente con un gran cansancio, por suerte, después de haber estado dormida, la oscuridad no resultaba molesta.
Se incorporó con cuidado, ya que sus piernas y brazos se encontraban entumecidos y fríos.
—¿Hola? —susurró mientras salía— ¿Hay alguien…?
No hubo respuesta. Comenzó a extrañarse de que el único sonido que rebotase entre las paredes fuese el de su propia voz. La completa oscuridad y el alarmante abandono del lugar le provocaban más confusión... y temor, sobre todo temor mientras dirigía su vista una y otra vez por todo el lugar, tratando de reconocer la habitación... o al menos, lo que quedaba de ella.
Sus pensamientos comenzaron a unir imágenes y a comparar, ninguna de ellas concordaba con lo que recordaba haber visto en lo que para ella era un momento atrás. Entonces, el pánico más grande que jamás había sentido su cuerpo la golpeó repentinamente y, una sola conclusión se hizo presente... Cerró los ojos con fuerza, reteniendo las lágrimas que comenzaban a arremolinarse y escocer en ellos, rogando que fuese una pesadilla o algún efecto ilusorio por haber dormido siete días seguidos.
...Algo terrible había ocurrido mientras dormía.
Cogió aire y batallando con el temblor que tenía todo su cuerpo debido al frío y los nervios, terminó de levantarse. Detalló todo cuanto sus ojos podían gracias a la escasa luz que iluminaba la desolada habitación. El pensamiento de que seguramente comenzase a anochecer pasó por su confundida mente. Se acercó a la puerta e intentó abrirla sin éxito, parecía estar atascada por el otro lado, su siguiente opción era la última y más arriesgada, escalar por el techo derruido hasta encontrar la superficie. Era peligroso, pero no había ninguna otra salida, en momentos desesperados, medidas desesperadas.
Tras un rato intentándolo e hiriéndose levemente las manos, logró disfrutar del aire exterior, sus pulmones lo acogieron con entusiasmo, pues en el laboratorio subterráneo, el oxígeno estaba viciado y completamente sucio. Pero no todo acababa en la extraña situación del lugar, una vez fuera, sus ojos miraron al cielo. Una extensa y oscura nube cubría todo hasta donde alcanzaba su vista y no era de noche, porque podía vislumbrar el brillo del sol más allá de aquel velo negro que cubría el cielo. Lo primero que vino a su mente fue que tal vez habría ocurrido alguna catástrofe natural, pero entonces, ¿dónde se encontraban aquellos trabajadores y militares de la base? Comenzó a sentir angustia pensando que tal vez todo el mundo había muerto, pero lo descartó, era imposible que fuese la última humana sobre la faz de la tierra.
—Muy bien —se dijo a sí misma—, caminaré hasta la ciudad, allí tiene que haber alguien, Dios mío, por favor, que haya alguien… —rezó esta vez, sin poder contener las lágrimas que se escurrieron desde sus ojos.
Pero con su avance, sólo creaba más incógnitas en su mente. La primera; ¿Cuánto tiempo había transcurrido realmente? Por lo que sus ojos iban notando, no sólo una semana, ni unos meses… La vegetación se había tragado literalmente el complejo de edificios que formaban la base militar, y pensar en aquello estaba a punto de provocar un colapso en su cuerpo, sobre todo al imaginar que cabía la posibilidad de no volver a ver a su madre y a su hermano pequeño nunca, nunca más.
Comenzó a caminar con los pies desnudos, ni se había dado cuenta de ello, lo único que hacía era seguir la destrozada carretera principal y pensar en mil y una cosas al mismo tiempo. Debía de haber sido algo repentino, porque de lo contrario, la habrían despertado, ¿o no?... Aquel debía ser un dato importante.
«¿Tal vez, la explosión de alguna central nuclear?». Pensó poniéndose tensa.
Tras más de una hora de caminata, pudo ver a lo lejos los altos edificios de la ciudad, estaba cerca. Por una parte no quería dar ni un solo paso más, aquello implicaría descubrir qué había provocado todo aquel caos. Pero de pronto sus miedo pasaron a un segundo plano pues,, a un lado del camino, junto a un coche destrozado y oxidado, vio un bulto moverse. Embriagada por una pequeña desesperación corrió en su dirección, asustando a quien fuese aquella persona.
—¡Oye, oye! —gritó— ¡Espera, por favor! —suplicó cuando lo que parecía una mujer intentó huir.
—¿Estás loca? ¡No grites así, intento esconderme!
Meryl la miró con especial atención, estaba desmejorada y no aparentaba más de treinta años. El pelo canoso le llegaba por la cintura, y las ennegrecidas ojeras delataban una falta de sueño alarmante, sin mencionar los harapos que llevaba como vestimenta.
—¿Qué… qué es lo que ha ocurrido?
—¿De qué hablas? ¿Te has escapado de tu amo? —preguntó con desconfianza.
—¿Mi amo? ¿De qué diantres hablas?
—De tu dueño, estúpida. Enséñame la muñeca, veamos a quién perteneces —dijo agarrándole en un rápido movimiento la mano derecha con una fuerza descomunal y, apretando las uñas negras por la suciedad—. ¿Por qué no tienes ningún sello?
—Lo siento señora, pero no entiendo absolutamente nada de lo que me dice…
—No sé de dónde habrás salido jovencita… pero eres extraña. De todas formas, acompáñame.
Meryl comenzó a caminar tras ella con cierta desconfianza, pues la mujer había cambiado radicalmente de carácter cuando vio que no tenía aquel sello que mencionó. Pero por poco que le gustase, de momento era lo único que podía hacer para lograr responder alguna de las miles de preguntas que se amontonaban en su confundida mente.
Se dirigieron a la ciudad, pero no se aventuraron hacia el centro, la mujer dio un rodeo y pronto Meryl fue capaz de ver el estado de las calles, la oscuridad reinaba en cada esquina, había personas carcomidas vagando por todas partes como muñecos sin alma, según la mujer, eran desechos que ya no servían a nada ni a nadie, simplemente esperaban su final para descansar.
Cuando Meryl pasó junto a la entrada principal de la ciudad, se quedó paralizada. La ancha calle que se abría frente a ella dejaba ver a lo lejos, hasta casi el centro mismo de la ciudad que la vio nacer. Los edificios tenían un aspecto lúgubre, totalmente deteriorados y evidentemente mal cuidados. Debían de haber pasado décadas desde su último arreglo.
La carretera estaba casi desecha, se veía la tierra salir de ella con toda la fuerza de la naturaleza y algo de maleza que se había abierto camino hasta la superficie para disfrutar de la libertad.
Se percató de que todo aquel cambio no era fruto de unos días ni tampoco de unos meses, incluso se atrevía a pensar que tampoco de unos pocos años...
¿Cómo diablos se había sumido la ciudad en un caos como aquel? No tenía sentido, ¡no lo tenía!
Ilustración del libro. Por Davic Mendez |
—Entra, rápido.
—Sí, vale.
Entraron en una casa de tres pisos, de fachada desconchada y descuidada. Por dentro no mejoraba en absoluto, la mitad de las escaleras estaban podridas y las puertas colgaban chirriando de forma tenebrosa. No le gustaba aquel lugar y su instinto avisaba que no era seguro estar allí.
—¡Ned, Ned! —gritó golpeando con fuerza una de las puertas que aún se mantenía en su sitio— ¡Soy Tannia, abre!
—¿Estás loca? —del interior salió un hombre que tendría más de sesenta años y de aspecto rudo— Han puesto precio a tu cabeza… —murmuró obligándolas a entrar— Deberías haber salido de la ciudad.
—Para eso necesito comida, imbécil.
—¿Y qué tienes para cambiar?
—Esto —sonrió alzando el brazo de Meryl y batiéndolo varias veces en el aire.
—¿Una muchachita enclenque?
—Una «Libre».
—Y yo soy un gato volador, hace más de cuarenta años que la resistencia desapareció, y los Libres con ellos.
—Mira, mira… —insistió, mostrándole la muñeca de Meryl, que empalidecía por momentos.
—Oigan… no sé de que hablan, pero…
—¡Cállate! ¿Qué quieres por ella? —preguntó con los ojos llenos de codicia— Te daré lo que pidas.
—Toda la comida que pueda llevar. No me mires así Ned —añadió con una mueca—, sé que puedes sacar muchísimo por esta idiota. ¿Te puedes creer que no hace más que preguntar qué ocurre?
Ambos se miraron incrédulos y comenzaron a reír a pleno pulmón. Meryl se había paralizado de los pies a la cabeza, pues hasta donde lograba comprender, la estaban intercambiando como a un objeto en aquel mismo instante y no podía hacer nada. Su respiración comenzó a aumentar, dejó de escuchar, de sentir y de ver. Acabó desmayándose debido al miedo y el estado aún débil de su cuerpo.
Cuando abrió los ojos sintió una presión en los pies desnudos. Intentó incorporarse sin recordar nada de lo ocurrido, como si todo hubiese sido un horrible sueño, pero lo que vio delataba la realidad. Se encontraba apresada con una especie de extraño grillete que tintineaba al más leve movimiento.
Miró a su alrededor frunciendo el ceño nerviosa por algo que no lograba entender, no estaba sola, allí, a su alrededor, había al menos otras siete personas, en su mayoría mujeres. Negó con la cabeza incrédula ante aquella visión, y de pronto, sintió una calidez en su brazo derecho.
—¿Estás bien? —preguntó una joven de voz suave mientras sonreía.
—No… por favor, dime que significa esto…
—Perdona, pero no entiendo a qué te refieres. Bueno, empecemos bien, ¿vale? Me llamo Johana Penn.
—Soy Meryl Smith... —susurró con la voz entrecortada— ¿Por qué estamos aquí?
—Te han vendido, como al resto de nosotros —suspiró sin hacer desaparecer su sonrisa tranquilizadora—. Cuando llegaste estabas inconsciente.
—¿Vendida? ¿Cómo es posible? ¡Eso es horrible! —gritó con nerviosismo al tiempo que se estrujaba las manos temblorosas y miraba el suelo ennegrecido.
—No me dirás que es la primera vez que te venden, ¡eso sí que es imposible!
—Claro que es la primera vez. Oh Dios mío, dónde he acabado… —lloró quedándose sin respiración y sin poder impedir el temblor de su cuerpo.
—No te ofendas, pero actúas como si todo esto fuese… nuevo para ti.
Cuando los ojos de Johana chocaron contra los de Meryl, algo se encendió en su interior, la creyó, algo no encajaba con aquella chica que parecía venir de otro planeta, pues en su vida había conocido más que aquello, entonces tuvo el impulso de querer saber todo sobre su nueva compañera.
—¿Qué tal si me cuentas tu historia?
Meryl suspiró, intentando controlar su estado de ansiedad.
—¡Déjala Johana, seguro que se ha dado un golpe en la cabeza! —gritó otra muchacha, provocando la risa de todos.
—Yo no debería estar aquí…
—Claro, ninguno de nosotros.
—Cállate estúpida —escupió Johana enfurecida por la intromisión—. Continúa Meryl.
Esperó unos segundos para relajarse y cerró los ojos recordando todo con la mayor claridad posible, después comenzó a hablar en un susurro que, poco a poco, aumentó elevando el tono de su voz. Sólo se la oía a ella, y todos la miraban atentamente, casi incrédulos por lo que sus oídos estaban escuchando.
Hacía más de ciento cincuenta años que los vampiros se habían sublevado. Según la historia, los humanos habían sido unos tiranos que los asesinaban en masa sólo por envidia, por ser diferentes...
Aquello era simplemente lo que la nueva historia relataba y lo que a ella le contaban ahora.
Sin embargo, Meryl, llena de confianza e ira, gritó que aquello era mentira, de hecho ni siquiera sabía que aquellos seres existían, e incluso aún dudaba de si se estaban riendo de ella. De ser cierto, todo era una patraña inventada por ellos, intentando razonar sus actos crueles.
—¿Sabes? —preguntó Johana— Con sólo mirarte, se puede sentir que no mientes.
—Entonces, señora anciana —bromeó la chica de antes, haciendo alusión a los años que ahora tenía Meryl—. ¿Por qué se adueñaron de todo?
—No lo sé —Meryl pensó un segundo y vio con claridad—. ¿Pero tú crees que nosotros íbamos a tenerles a ellos esclavizados? Por lo que me habéis dicho son mil veces más fuertes, casi imposibles de matar, y nosotros… somos débiles, morimos sin mucho esfuerzo.
Sus palabras actuaron como un golpe directo en la cara, nunca habían pensado en aquello, en nada de aquello. La verdad era simple, habían creído las palabras de ellos, de sus padres… y todo lo demás parecía algo irreal, aquel sol que Meryl relató, el cielo azul, la vida en cada esquina, los verdes campos de flores…
—Si eso fuese cierto… —murmuró un chico de no más de quince años— Sería genial, ¿verdad?
—Quiero volver a casa… —lloriqueó Meryl hundiendo la cabeza.
—Siento ser yo la que te lo diga, pero jamás volverás. El destino decidió que acabases en aquel experimento que nos has contado, ahora tienes que aprender a vivir aquí.
—¿Cómo se supone que haré eso? —preguntó desesperada— Tengo mucho miedo… Todo esto no puede ser real.
—Lo único que puedo desearte es caer en buenas manos.
Meryl se tapó la cara con ambas manos y comenzó a llorar, estaba aterrada sólo de pensar qué podría ocurrir.
Eran demasiadas novedades. ¡Vampiros nada más y nada menos! Había leído mucho sobre ellos, pero jamás imaginó que existiesen, que hubiese pasado caminando junto a uno de ellos cuando todo el planeta era normal.
Su nueva situación parecía una pesadilla, de hecho, intentaba pensar que así era.
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